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Réquiem por la corbata

Por Pascal Beltrán del Rio

Una de las primeras víctimas de la actual temporada electoral mexicana es la corbata.

Si usted es observador, seguramente lo habrá percibido. Para comenzar, es notorio porque el grupo de aspirantes presidenciales que estará en la boleta está compuesto hasta ahora exclusivamente por hombres. Y éstos casi no han usado la corbata en su primera semana de precampaña.

La prenda –antes un elemento infaltable en la vestimenta de los políticos varones– ya había comenzado a entrar en desuso incluso en lugares anteriormente solemnes como el Senado.

Quizá uno de los primeros en quitársela fue Armando Ríos Piter, actualmente aspirante a una candidatura presidencial independiente, quien acudía a sesión en chaleco acolchonado.

La tendencia de botar la corbata en ambientes de oficina (no sólo en la política) ya ha dejado su marca en occidente.

En julio del año pasado, el diario New York Post publicó una nota titulada “Aceptémoslo, la corbata ha muerto”. El pretexto fue la aparición pública del príncipe Enrique de Gales en la conmemoración del Día D, en traje de vestir y sin corbata, lo cual provocó un levantamiento de cejas masivo en el Reino Unido. Al parecer, jamás se había atrevido a tanto un miembro de esa familia real.

Expertos entrevistados por el medio confirmaron la creciente irrelevancia de la prenda, cuyo origen se remonta al reinado en Francia de Luis XIII, cuyos mercenarios croatas –de ahí el nombre de corbata– se anudaban una tira de tela en el cuello.

Entre los años 90 y 2009, el tamaño de la industria global de la corbata se redujo a la mitad, de acuerdo con datos de NPD, una firma estadunidense de investigación de mercado.

Los especialistas dijeron al New York Post que la tendencia obedece al ambiente cada vez más casual en los centros de trabajo y al hecho de que las generaciones que apenas ingresan en el mercado laboral buscan entornos que reflejen su personalidad.

Y el hecho de que el presidente Barack Obama se dejara ver con frecuencia en traje y sin corbata fue algo que, sin duda, ayudó a impulsar la moda.

Hoy habita la Casa Blanca un hombre que ha hecho lo imposible por distinguirse de su antecesor. Tal vez sea coincidencia, pero es muy evidente que el presidente Donald Trump no sólo usa corbata casi todo el tiempo, sino que la usa realmente larga.

Por cierto, existe una cuenta de Twitter (@TrumpsTies) que publica fotos de Trump intervenidas de forma jocosa en las que la corbata del mandatario se arrastra por el piso o se enrolla en sus interlocutores hasta dejarlos como una momia.

Pero volviendo a la política mexicana, primero pensé que el hecho de que los precandidatos Ricardo Anaya y José Antonio Meade hubiesen dejado de usar corbata se debía a los entornos rurales o semiurbanos que eligieron para desarrollar sus primeros actos de proselitismo luego de ser destapados.

En el caso de Andrés Manuel López Obrador, no sorprende tanto porque no suele portar la prenda, aunque un funcionario que trabajó con él en el INCO, en los años 80, me contó que tenía una especial predilección por las corbatas.

Sin embargo, cuando Anaya y Meade realizaron sus primeros actos de precampaña en la Ciudad de México, tampoco usaron corbata.

Pregunté por qué a un integrante del equipo de Meade y me confirmó que era intencional:

“El no uso de la corbata se explica porque buscamos hacer una diferencia de la formalidad que exige el servicio público con una imagen de apertura y cercanía con la gente. Creemos que la corbata genera distancia. El no uso de ella abona al diálogo que estamos generando en todo el país”.

Al margen de que se puede discutir que la corbata es un elemento diferenciador en un sentido negativo, lo cierto es que se había vuelto un elemento de identidad partidaria. Y ya sabe usted que hoy la onda es ser “ciudadano”.

Es bien sabido que los priistas usan corbatas rojas y que los panistas las usan azules y los perredistas, amarillas. Incluso en su acto de registro como precandidato, López Obrador, quien, como digo arriba, pocas veces se pone corbata, esa vez usó una de color guinda, el color de Morena.

Ya sea para propiciar empatía o para romper con la imagen de los partidos o para diferenciarse del hombre al que los hoy precandidatos buscan sustituir –es bien sabida la afición de Enrique Peña Nieto por las corbatas–, la prenda parece haber sido sacrificada en el altar de la ambición política.

Buscapiés

Esta Bitácora se tomará unos días de vacaciones. Su autor desea a los lectores muy felices fiestas. Información Excelsior.com.mx

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