Por Pascal Beltrán del Rio
Ayer, en estas páginas, Carlos Elizondo se preguntaba por qué en lugar de hacer virtual senador plurinominal a Napoleón Gómez Urrutia, Morena no pensó en ofrecer el espacio a María de Jesús Patricio, la aspirante presidencial independiente indígena.
“Para López Obrador, Napito vale mucho más que Marichuy o algún otro ciudadano que defiende causas nobles”, escribió Elizondo.
Tiene razón y no sólo en el caso de Morena. Aquí comenté el lunes que la integración de las listas plurinominales de todos los partidos sería un reflejo de su verdadera naturaleza. Los nombres que se han dado a conocer han confirmado esa sospecha.
Los primeros lugares de las listas —es decir, aquellos que aseguran diputaciones y senadurías— están pobladas en su enorme mayoría por personas que tienen una larga y no muy gloriosa trayectoria en la política.
Representan el statu quo, quizá adornado por la conformación de alianzas o nuevos membretes partidistas, pero al fin y al cabo más de lo mismo.
Por supuesto, al anunciar sus listas, los partidos prometen ser distintos, pero, honestamente, ¿hay algo que permita prever que la próxima integración de las Cámaras represente algo nuevo?
No tendría por qué haberlo. Ya vimos que la 63 Legislatura en San Lázaro no fue muy distinta de la 62, a pesar de la presencia de dos partidos nuevos y uno resucitado. ¿Por qué la 64 tendría que ser diferente?
¿Acaso los partidos han ofrecido lugares en sus listas a ciudadanos que representen a grupos sociales marginados o a quienes pueden hacer aportaciones legislativas con base en conocimientos especializados?
De ninguna manera. Esos lugares han sido reservados para grillos. Sería injusto descalificar a todos los políticos que aparecen en las listas porque algunos se han esmerado en hacer una carrera legislativa seria. Pero el instinto de los partidos ha sido tomar en cuenta sus propias necesidades por encima de las de la ciudadanía.
La gran mayoría de los nombres que hemos conocido de quienes estarán con toda seguridad en la Cámara de Diputados o en el Senado de la República llegaron ahí como resultado de acuerdos cupulares y porque representan alguna ventaja para el partido, llámese votos o dinero.
Es la misma simulación que hemos visto de parte de los candidatos presidenciales cuando se refieren a los graves problemas que enfrentan los mexicanos, como la corrupción.
Como saben bien que la ciudadanía está esperando resultados, Ricardo Anaya, Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade mencionaron esos temas en sus discursos en las ceremonias del domingo pasado, cuando fueron ungidos como candidatos de PAN, Morena y PRI, respectivamente.
Sin embargo, ninguno de los tres tuvo la capacidad o la voluntad de ir más allá de los diagnósticos superficiales y las soluciones voluntaristas que han expuesto en semanas recientes.
Tome usted el caso de la corrupción: Anaya dijo que no le temblaría la mano para enfrentarla, a pesar de que su partido ha exigido la creación de una fiscalía autónoma; López Obrador reiteró que acabaría con ella por su ejemplo y con “locura”, al tiempo que se anunciaba la candidatura de Gómez Urrutia, y Meade prometió que sería “implacable” con ella cuando no ha podido evitar la presencia en sus actos de campaña de personajes como Carlos Romero Deschamps y Arturo Montiel.
Mientras tanto, sus legisladores en el Congreso se muestran indolentes ante la falta de piezas para echar a andar el Sistema Nacional Anticorrupción.
El rostro real de los partidos es prometer que todo cambiará, pero esmerarse en que todo siga igual.
Buscapiés
*Ayer le contaba que la estrategia de López Obrador de convocar a su movimiento a personas y organizaciones que ocupan posiciones diametralmente opuestas en el espectro ideológico me recordaba la formación del Partido Justicialista, que gobernó Argentina durante 35 años de los 69 que transcurrieron entre 1946 y 2015.
*La resiliencia del peronismo para llegar tantas veces al poder sólo está aparejada con su capacidad de destruir la economía de forma repetida. Sus políticas populistas “redistributivas” causaron una enorme crisis a principios de los años 50, cuando gobernaba Juan Domingo Perón, cosa que replicó, de forma aumentada, el matrimonio de Néstor y Cristina Kirchner.
*Doce años de kirchnerismo (2003-2015) dejaron como saldo una inflación de 40% en 2016, la más elevada desde 2002, y una reducción del PIB de 2.3%. Desde la llegada del presidente Mauricio Macri, la subida de precios comenzó a reducirse, con base en la reversión de las medidas aplicadas por el peronismo. El año pasado, la inflación fue de 40% y la economía creció 0.9 por ciento. Información Excelsior.com.mx