Por: Pascal Beltrán del Rio
Cada vez que habla un populista antisistémico, hay que escucharlo.
Muchos creyeron que Donald Trump bromeaba durante su campaña por la Presidencia de Estados Unidos. Dudaban que fueran serias sus intenciones de construir el muro fronterizo y renegociar el TLCAN… Se preguntaban si de verdad se pelearía con los medios y buscaría acallarlos, una vez instalado en la Casa Blanca…
Ahora, ya lo sabemos. Todo lo que dijo en campaña lo está haciendo o tratando de hacer.
Por eso, cuando escuche a un populista antisistémico decir que tomará decisiones que sólo corresponden a otro Poder o a un organismo autónomo, créale. Si gana el cargo para el que se está postulando, al menos lo intentará.
Ése es el riesgo de las opciones antisistémicas: prometen romper con lo malo que han generado las instituciones, pero también con lo bueno, como la división de Poderes y la vigilancia que los medios de comunicación ejercen sobre la labor de los gobernantes.
Hoy muchas instituciones están desprestigiadas. De hecho, eso pasa con casi todas las instancias intermedias entre gobernantes y gobernados. Éstos últimos ahora buscan una relación directa con el poder. Esto es, en buena medida, por el empoderamiento que les han otorgado las redes sociales.
Un signo de estos tiempos es que los individuos no quieren depender de nadie en la construcción de su destino. El individualismo hedonista y la hiperconectividad han dado a las personas la sensación de que el problema ni siquiera son los gobernantes, sino, peor aún, el sistema mismo. De ahí su deseo de destruirlo.
Pero como ningún ciudadano de a pie puede acabar con el sistema, necesita que alguien con poder lo haga por él. Ahí es donde entra en escena el caudillo populista, vendedor de ilusiones, prestidigitador de la antipolítica.
La experiencia muestra que una vez que toma el poder, el caudillo populista no destruye el sistema, sino que lo moldea a su conveniencia. A fin de cuentas, todo gobernante necesita de un sistema para mandar.
Con ello, da al traste con mucho de lo bueno que las sociedades democráticas han construido a lo largo de décadas e incluso siglos. La prensa es una de ellas.
No puede negarse que los medios de comunicación están enfrentando una crisis producto de los cambios tecnológicos.
Sin embargo, tampoco puede negarse que en el México de hoy los medios cumplen un papel de difusores de la pluralidad ideológica del país y de vigilancia sobre el desempeño del poder.
Si no fuera así, sería muy difícil de explicar la baja popularidad del Presidente de la República. Y también lo sería que la enorme mayoría de las elecciones en México produzcan alternancias. Eso es porque la mayoría de los mexicanos sigue informándose a través de los medios tradicionales. La mayoría no tiene internet ni usa las redes sociales. Y un altísimo porcentaje de quienes tienen cuenta de Facebook o de Twitter no las emplean para enterarse sobre política u opinar de ella.
Si usted no me cree que internet se usa para muchas cosas antes que para la discusión de asuntos políticos, le doy este dato: en México, en 2016, el tema más buscado en Google fue Pokémon Go.
Y quienes sí usan las redes sociales con ese propósito terminan discutiendo información que antes publicaron los medios de comunicación (aunque, es cierto, la información falsa, inventada en las redes sociales comienza a ocupar tiempo y espacio en la vida de esos usuarios).
Cuando un caudillo populista arremete contra los medios en cualquier parte del mundo, está amenazando a una de las instituciones sobre las que está fundada la democracia y con ello hace peligrar a la democracia misma.
Algo en lo que se parecen los populistas antisistémicos en todo el mundo (apellídense Trump, Duterte, Maduro, Le Pen o como sea) es que quieren acabar con la libertad de información porque saben que su forma de hacer política irremediablemente cae en la mentira y la contradicción.
Por eso hay que escuchar cuando los populistas hablan. Sus amenazas contra la libertad de expresión y contra los medios de comunicación son reales, igual que lo son sus amenazas contra la separación de poderes.
Sin duda, el sistema tiene problemas y necesita de arreglo, en México y en cualquier parte del mundo. Pero la casa no se salva destruyéndola.
Las ideas propaladas por la visión antisistémica no pueden tomarse a la ligera. Como han demostrado varios países que se han ido por ese camino, siempre se puede estar peor. Información Excelsior.com.mx