Por Jorge Fernández Menéndez
La jornada del sábado recordó la letra de Fiesta, la canción de Joan Manuel Serrat: “hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. Pero luego de su arrollador primer día en el poder, luego de la fiesta, viene la hora de pagar las cuentas, a veces de la cruda o, en términos del poder, de comenzar a concretar en hechos lo que se propuso en los discursos. De gobernar.
Los discursos de San Lázaro y el del Zócalo se complementaron: el primero fue dirigido al ámbito político y económico, fue un discurso mucho más de Estado, mientras que el del Zócalo se convirtió prácticamente en el cierre de la campaña, con los cien compromisos que asumió el presidente López Obrador y que, sumados, configuran un enorme programa social, de infraestructura y de transformación del sistema, casi sin parangón, que habrá que ver en qué medida se puede llevar a cabo.
El presupuesto que se presentará antes del 15 de diciembre tendrá que incluir partidas para todos estos programas y proyectos sin provocar inflación, sin endeudarse y sin aumentar impuestos, ese fue el compromiso presidencial. La confianza del Presidente en que alcanzará para todo ello con los recursos que se liberen de combatir la corrupción, no pasa de ser, por ahora, más que una expresión de deseos.
Es verdad que con la compactación de secretarías y dependencias y con el férreo control en gastos se tendrán ahorros importantes (aún no cuantificados), pero, primero, no parece alcanzar para todo y, además, habrá que ver cuánto se pierde en eficiencia gubernamental con estas medidas de austeridad. El programa social, sobre todo, me parece un verdadero acierto, porque cubre un muy amplio espectro de necesidades de los sectores más desprotegidos y abandonados, pero concretarlo no sólo requerirá muchos recursos, que se asegura están garantizados desde el primero de enero, algunos ya desde diciembre, sino también una gran eficiencia para que realmente llegue a todos sus beneficiarios. No sé si existe el capital humano y tecnológico a la mano para implementarlo desde ya sin contratiempos.
En el ámbito de la seguridad hay mucha confusión. La Guardia Nacional no existe legalmente, pero ya está funcionando, y no se sabe qué sucederá con la Policía Federal. El sábado, el Presidente repitió en su discurso un dato que no es real: la Policía Federal no está compuesta por 20 mil elementos, sino por 40 mil, tampoco es una policía corrupta e ineficiente, por supuesto que tiene deficiencias y ámbitos de corrupción, pero también niveles muy altos de capacidad operativa en muchos rubros, con certificación internacional. No se ha especificado qué sucederá con áreas que en su análisis el Presidente califica como de burocráticas, cuando son, en realidad, el corazón de una policía moderna, como la científica y cibernética.
Por lo pronto, se puso al frente de la Policía Federal a Arturo Jiménez, exjefe de la Policía Federal de Caminos, un hombre joven y muy capacitado para esa labor. Una buena designación. Insistimos en un tema: no está mal integrar la Guardia Nacional ni tampoco que esté bajo control militar, pero no se debe tirar al bote de la basura el trabajo de dos décadas en la Policía Federal, ni mucho menos olvidar que el sustento de cualquier esquema de seguridad será establecer un modelo policial en todo el país que sea coherente, homogéneo, capacitado y unificado. Si no se trabaja en ese objetivo, la existencia de la propia Secretaría de Seguridad no tendría sentido, con una nueva agencia de inteligencia, prácticamente autónoma y con una Guardia Nacional que depende de la Secretaría de la Defensa.
Sorprendió también que Alejandro Gertz Manero, que se esperaba que fuera pieza clave de la Secretaría de Seguridad, haya sido designado para estar al frente de la PGR, lo que lo coloca en una posición idónea para ser el próximo fiscal general. Gertz es un hombre con mucha experiencia y habrá que ver cómo reacomoda una dependencia que necesita una renovación casi total.
Otro capítulo de la seguridad, la personal del presidente López Obrador, debe ser abordado en forma prioritaria. Hay dos formas de ver lo sucedido con sus traslados en la toma de posesión: una es casi enternecedora por el afecto y entusiasmo de mucha gente que se acerca a saludarlo y estar en contacto con él; la otra es de una profunda preocupación porque el Presidente queda expuesto a cualquier ataque a su integridad. Ya la propia Beatriz Gutiérrez Müller ha destacado la necesidad de que su esposo tenga mayor protección. Y tiene toda la razón. El sábado se extrañó enormemente al Estado Mayor Presidencial. Por supuesto que el Presidente tiene que estar cerca del pueblo, de la gente, pero es prioritario que también esté protegido.
Un inicio, como dijimos, arrollador del Presidente con un catálogo de cien compromisos que abarcan casi todo. Me sigue quedando la duda sobre si todo el equipo presidencial está realmente capacitado para sacar adelante un trabajo que se antoja colosal sólo para echarlos a andar. Por lo pronto, y como dice Serrat, se acabó la fiesta “y con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. Andrés Manuel comienza a gobernar.Información Excelsior.com.mx