Por Ángel Verdugo
Desde hace muchos años circula entre los que de manera profesional nos hemos dedicado a fungir como asesores de políticos —también profesionales estos—, sean gobernantes, funcionarios o legisladores, esta frase: El mejor asesor es el que da las peores noticias porque, para dar las buenas, cualquier tontejo basta.
Transcribo dicha frase desde el primer párrafo de esta colaboración porque, en no pocos países de América Latina debe decirse que —de unos años para acá— la asesoría a los políticos se ha convertido en algo similar a lo que realizan cada fin de semana —ante grupos infantiles en varias librerías de la CDMX— actores jóvenes a quienes se les conoce como los cuenta cuentos. Algunas veces con el cuento en la mano y en otras, de memoria, esos actores recrean la historia escrita para regocijo de los niños que se agrupan a su alrededor.
Con justa razón, usted podría preguntar: ¿Qué relación podría haber entre quien asesora a un político y el que cuenta un cuento a grupos de niños crédulos que, felices de la vida, gozan la fantasía que aquél les relataos? ¿Qué símil podría uno encontrar entre el que actúa la fantasía del cuento y quien, para conservar su trabajo, inventa una que su jefe, el político, lo lleva a comportarse como el niño que acepta como real el relato fantasioso del cuenta cuentos?
Los dos, tanto el asesor del político como el que cuenta cuentos desarrollan —por más inverosímil que podría parecer— la misma función: Hacer creer a quien los escucha, que la fantasía relatada por ambos es la pura realidad.
Esto que le digo en los párrafos anteriores es, en buena parte, la realidad cotidiana en la relación del asesor de un político con su asesorado; por el contrario, en los países donde la democracia está consolidada y los ciudadanos poseen, sin que a alguien sorprenda, una cultura cívica a veces ejemplar, aquello es una rareza.
Mentir a un político por parte de su asesor es, en no pocos países, impensable; además, si el asesor lo intentare, sería despedido de inmediato. En México, como en muchos otros países latinoamericanos, lo contrario es la regla: De atreverse a decir la verdad al asesorado, sería despedido de inmediato, pues su papel es contar cuentos, no decir la verdad. Por ello, debe presentar fantasías de manera tal, que el político asesorado y los ciudadanos, como aquellos niños, las tomen como la realidad.
Por otra parte, los conocimientos especializados y su experiencia permiten al asesor —cuando lo es en verdad— entender a cabalidad un problema y sus causas; luego, con ambos elementos como base, propone soluciones. De ahí pues, que su papel en la gobernación sea de gran importancia. Esta función obliga al que la realiza a una conducta profesional y una dignidad personal impensable hoy en México, junto con la obligada honradez intelectual que le impedirían mentirle al asesorado o inventar una fantasía para no contrariarlo.
No de hoy, sino desde hace una buena cantidad de años, al menos en México, los asesores dignos de ese nombre brillan por su ausencia. En vez de la verdad, los sedicentes asesores elaboran fantasías, las cuales, por desgracia, son aceptadas con gusto por el político asesorado, lo que les permite a aquéllos conservar el empleo y la posibilidad de hacer negocios al amparo del poder.
A como se ven las cosas, no sería raro que esto tronare antes de que los asesores que rodean al nuevo poderoso se atrevan a decir la verdad a sus asesorados. Información Excelsior.com.mx