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Seamos prudentes, por favor

POr  Víctor Beltri

El Estado mexicano enfrenta retos cuya magnitud y trascendencia rebasan a la administración actual: en estos momentos lo que está por definirse, en realidad, es la configuración del México del futuro, tanto en el plano internacional, como en el nacional y social.

En el plano internacional, lo que está en juego es el papel de México en un porvenir en el que la única certidumbre es el rol cada vez más determinante de la tecnología y la eventual automatización de las labores que, en su momento, nos beneficiaron con un Tratado de Libre Comercio que fue concebido para circunstancias muy distintas, cuya renegociación debería de llevarnos al desarrollo de acuerdo con los nuevos paradigmas para terminar con el tránsito de una economía de manufactura a una basada en los servicios. Lo contrario, el aislacionismo que promueven las ultraderechas recientemente entronizadas, podría tener consecuencias devastadoras a mediano y largo plazo: el Reino Unido comienza a entender, amargamente, la dimensión de su yerro al separarse de la Unión Europea. El Tratado de Libre Comercio es una pieza clave para el desarrollo de nuestro país, y su cancelación o, peor aún, una mala negociación, pondría —sin duda— en condiciones de desventaja a las generaciones venideras.

En el plano nacional, lo que está en juego es la consolidación de las instituciones necesarias para poder competir, con los nuevos paradigmas, y recuperar relevancia internacional. En este sentido, las reformas logradas en los últimos años tardarán todavía en dar los primeros frutos tangibles, al tiempo que las deficiencias y vicios del sistema comprometen su consecución: la visión de largo plazo de quienes concibieron los cambios estructurales contrasta —dramáticamente— con la visión de corto plazo de quienes se aprovecharon de la coyuntura para su beneficio personal y, en muchos casos, las evidencias parecen apuntar a la coincidencia entre unos y otros. El combate a la corrupción y la impunidad es una causa que indigna, y unifica, a la sociedad entera.

Una sociedad que ha pasado del desencanto al estupor y la ira. Del escándalo de una casa, inexplicable, a la tragedia, inexplicable, de unos estudiantes desaparecidos, a la visita, inexplicable también, de quien nos insulta, hasta la muerte, inexplicable de nuevo, de dos personas en una obra recién inaugurada. Pero no sólo de eso: el desencanto, el estupor y la ira también afectan a quien enarbola la bandera de la honestidad valiente y al mismo tiempo censura periodistas, arregla candidaturas y envía a sus apóstoles a recaudar fondos, o a quienes no pudieron conservar la Presidencia y ahora se acusan entre ellos, tratando de convencer a la ciudadanía de las bondades de su regreso mientras se propinan puñaladas que hace tiempo que dejaron de darse por la espalda. La sociedad está cansada, resentida, sedienta de liderazgo y dispuesta a tomar las calles en reacción a llamados que pueden tener agenda propia: a estos efectos, lo visto tras el gasolinazo no sería sino una muestra —un laboratorio de pruebas— del hartazgo y la poca capacidad gubernamental para manejarlo. Un caldo de cultivo extraordinario.

Un caldo de cultivo extraordinario, para cualquier cosa. Para un líder ciudadano que adopte el combate contra la corrupción como bandera, pero también para un líder mesiánico que esté dispuesto a prometer lo que quieren escuchar los desposeídos; para un ultrarradical que se apropie del músculo conservador del Frente Nacional por la Familia, para la violencia de las manifestaciones sociales o —sin duda— para un escándalo que, tratando de descarrilar la administración actual, termine por tensar la cuerda hasta tener consecuencias irreparables. Los ánimos están encendidos, pero es mucho lo que hay en juego. Seamos prudentes, por favor. Información Excelsior.com.mx

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