Por: Jorge Fernández Menéndez
Los desatinos de Donald Trump parecen reproducirse y agigantarse cada día que pasa en la Casa Blanca. Los últimos incidentes protagonizados contra los medios resultan vergonzosos, a nivel de un Nicolás Maduro, no de un Presidente estadunidense del siglo XXI. Le prohibió la entrada a algunos de los medios más importantes de su país (The New York Times, CNN y Los Angeles Times, entre otros) a una conferencia de prensa, pero le da espacios más importantes cada día a medios como Breitbart, un portal de ultraderecha cuyo anterior director, Steve Bannon, es su principal consejero en la Casa Blanca y cuyo sucesor, Milo Yiannopoulos, tuvo que renunciar después de defender públicamente la pederastia.
Además, Trump anunció que no iría a la célebre cena de los corresponsales en Washington. Es el primer presidente que no lo hace desde el gobierno de Ronald Reagan, quien tenía una justificación más que aceptable para no ir: acababa de sufrir un atentado que lo había herido de gravedad.
En todo ese entorno, Trump sigue con su línea. Su principal objetivo discursivo sigue siendo México: esta semana ratificó la construcción del muro y en plena visita del secretario de Estado, Rex Tillerson, y el secretario de Seguridad Interior, John Kelly, informó que la deportación de migrantes es una “operación militar”, lo que tuvo que ser desmentido por los propios funcionarios estadunidenses en nuestro país.
Pero lo cierto, más allá de toda esta historia, es que la visita de Tillerson y Kelly está poniendo de manifiesto que mientras están en el centro del interés mediático los temas de la renegociación del TLC, la deportación de migrantes y la construcción del muro, el interés real de Estados Unidos está en la seguridad, y allí es donde México tiene fuertes cartas para jugar, entendiendo el tema migratorio no sólo como un capítulo diplomático o de derechos humanos, sino también, y sobre todo, de seguridad regional y nacional.
El discurso de Trump (e incluso desde allí su distanciamiento con naciones europeas como Francia y Suecia) pasa por identificar la migración como un instrumento potencial para infiltrar terroristas y cometer actos criminales en suelo estadunidense, ayudados por los narcos. Es una posibilidad real, pero se olvida que eso no ha ocurrido desde el 2001 por muchas razones, pero una de ellas, fundamental, es por la colaboración que le han brindado a ese país, las agencias de seguridad mexicanas.
En 15 años no ha habido un solo incidente grave que haya involucrado fronteras mexicanas en el tema de terrorismo. Como recordó el presidente Calderón, no sólo eso, desde territorio nacional se evitó la llegada de los hijos de Kadafi a México con identidades falsas y se desarticuló un atentado que, intentando contratar sicarios de Los Zetas, quería matar al embajador de Arabia Saudita en Washington.
Esos son acontecimientos que se han hecho públicos, pero hay muchos más que han permanecido en secreto precisamente por cuestiones operativas. Y eso lo sabe sobre todo Kelly, quien participó activamente en esas estrategias hasta los últimos años de la administración Obama. Sin México, la seguridad estratégica de Estados Unidos se debilita en forma brutal y nuestra participación para la Unión Americana es, sencillamente, irremplazable: ese país (y lo mismo nosotros) puede vivir y desarrollarse sin TLC, puede construirse o no un muro inútil, pero no puede tener seguridad sin una fuerte y estrecha colaboración con México.
Ha dicho Trump que podría cancelar el flujo de recursos de la Iniciativa Mérida, pero como bien dijo Miguel Ángel Osorio, en términos operativos esos recursos no tienen, hoy, repercusión real. Kelly ha propuesto, lo viene diciendo desde hace tiempo, que quieren un Plan México, de alguna forma equivalente al Plan Colombia. Y ahí hay un espacio enorme de negociación que puede influir sobre todo lo demás.
Muchas veces hemos dicho en este espacio y en el libro De los Maras a Los Zetas (Grijalbo, 2007) que no es posible aplicar en México un Plan Colombia con todos los componentes que éste incluía, sobre todo con la participación directa de elementos de seguridad y militares en el terreno de operaciones, en un grado que a México no le conviene y no le sería aceptable.
Pero se pueden hacer muchas cosas, sobre todo en el terreno de la inteligencia, de los grupos de élite, de la información, de la búsqueda y localización de objetivos, de destrucción de redes de operación y de lavado de dinero sin vulnerar la soberanía y sin una operación militar externa en México.
Seguramente de cara al futuro se podría ampliar el espectro, pero en el corto plazo hay un tema común que podría servir como plataforma de ensayo: la producción de heroína que llega de México y mata a miles por sobredosis en Estados Unidos y otros tantos aquí por ajustes de cuentas, en el Triángulo Dorado y en la Tierra Caliente. Hay mucho más, pero ésa, la de la seguridad (que por cierto está en manos de Osorio), es la carta de negociación más fuerte que tiene México hoy con el gobierno de Trump.
Fuente: Excelsior.com.mx