Por Yuriria Sierra
Lo enojamos. Somos una molestia para este gobierno. Era una postura ya vista, pero ésta se confirma cada vez que las mujeres nos apoderamos de la conversación pública. A Andrés Manuel López Obrador le disgusta el movimiento feminista. No le gusta que hablemos ni que salgamos ni que gritemos, menos aún que nos manifestemos. Su concepción de equidad de género se reduce a una imagen: un gabinete “paritario”, pero un Presidente que acapara el reflector. Y no es que sea una decepción, sabíamos que su radical izquierda era más bien un disfraz para no asomar su mano derecha, con la que escribe y dirige sus políticas públicas. El mandatario para todos, pero sólo para quienes están con él de manera incondicional.
Qué molesto debe ser para López Obrador que el clima de violencia sistémica, social e institucional que vivimos las mujeres desde hace décadas, sea materia de movimientos y manifestaciones justo cuando al fin se le hizo gobernar. Cuánto enojo debe contener porque contamos diez, once feminicidios al día y éstos se contraponen con el país de fantasía que, a pesar de los más de 70 mil muertos por la pandemia, él insiste en contar cada mañana en Palacio Nacional.
Qué incómodo luce cuando, en lugar de hablar de sus programas sociales con fines clientelares, hablamos de aquellos otros, tan necesarios, que sufren recortes y que significan oportunidades perdidas para miles de mujeres. Qué malagradecidas sonamos al subrayar los peligros del confinamiento y del aumento de la violencia intrafamiliar, cuando él celebra éste como un encuentro obligado, casi motivo de fiesta, no importa el infierno que esto representa para miles de esposas e hijas.
Qué necesario habrá sido para él que otras causas, igual de legítimas, hayan tenido oportunidad para la libre manifestación, pero para las mujeres nada. Ni un segundo dedicado a la violencia de género en la conferencia del lunes, como anotamos ayer, sólo un gobierno con campañas revictimizantes, que a todo le ve la mano negra. Ni estando ya en el poder López Obrador se ha sacudido el fantasma del compló. Lo hay en las manifestaciones feministas, lo hay en la toma de las instalaciones de la CNDH. Lo hubo cuando fue cuestionada la designación de Rosario Piedra como presidenta de la Comisión. Por cierto, ¿alguien sabe dónde está?
Las mujeres somos una molestia para el Presidente. Una piedra en el zapato que, aunque mucho se esfuerza en ignorar, le provoca gestos y descalificaciones. Ni una palabra de empatía. No ha entendido el momento del mundo.
“Sin duda, el movimiento feminista merece todo nuestro respeto, pero no estoy de acuerdo con la violencia (…) Yo empecé a sentir algo extraño cuando empezaron las manifestaciones y medios de comunicación alentando el movimiento feminista, me llamó mucho la atención…”, respondió ayer a pregunta expresa sobre la marcha de este lunes en la CDMX. El respeto, para el Presidente, se gana a medida que no nos salgamos de la narrativa que se empeña en contar. Donde todo marcha como en sueños. No importan las mujeres muertas, no importa que el derecho a decidir sea aún un pendiente nacional, tampoco importan los índices de abusos sexuales ni los entornos de desigualdad. A él solo le importa que dejemos de gritar, que ya no seamos una molestia y no precisamente para tomarnos en cuenta. Información Excelsior.com.mx