Por Víctor Beltri
El México del mañana se diseña desde hoy: el México del presente es producto tanto del gobierno que termina como de aquellos que le antecedieron. El diagnóstico en el pasado —en los últimos sexenios— no supo considerar la variable de lo social y —tras varios intentos desafortunados— la gente terminó por reconocerlo en las urnas; el diagnóstico en el presente —para el sexenio que comenzará— se ha enfocado más en la atención a las diversas reivindicaciones —y sus clientelas— que en el planteamiento de políticas públicas que aseguren un lugar competitivo, en la escena geopolítica, del México del futuro. Es preciso tomar un paso atrás.
Un paso atrás, tan sólo, para tener perspectiva. Para despojarse de los colores partidarios, del odio al régimen que termina, del recuerdo de los abusos y tropelías, y poner atención en el rumbo que toma la nave antes que seguir aplaudiendo, sin más, las propuestas de quien no sabe cómo dirigir el barco a buen puerto.
El diagnóstico ha sido erróneo, como lo demuestran los golpes de timón en asuntos como el aumento en el precio a las gasolinas, la presencia del Ejército en las calles o la suficiencia del presupuesto para los programas sociales anunciados; las soluciones son las equivocadas, como lo demuestran, en los hechos, las decisiones anunciadas tan sólo en la última semana.
México es un país al que su posición geográfica le brinda oportunidades, y retos, distintas al del resto de naciones: las circunstancias del avance de la tecnología, en especial, en temas relacionados con la automatización, y la situación política en Estados Unidos, hacen evidente la necesidad de que la planta laboral se encuentre capacitada para competir con los trabajadores de otros países. El Ejecutivo electo, sin embargo, acaba de anunciar —a través de quien habrá de ocupar la cartera de Educación— que los docentes que no pudieron demostrar su acreditación para preparar a los estudiantes en los términos en los que habrán de competir, serán aceptados para continuar impartiendo clase —sobre asuntos obsoletos. El beneficio político es inmediato: los maestros no se esforzarán por educar mejor a unos estudiantes que, por otro lado, tampoco tendrán un incentivo para aprender porque habrán de recibir un estímulo económico y la promesa de un empleo que, entre otras muchas promesas, si no se realiza será culpa de la supuesta bancarrota y el Banco de México. A corto plazo, unos cuantos ganan: a largo plazo, estamos generando mediocres.
El mismo Ejecutivo electo que, por primera vez en mucho tiempo, parece estar en sintonía absoluta con el que será el Poder Legislativo durante su administración. Para bien, y para mal: para bien, porque la alineación entre los fines de uno y otro —y la abrumadora mayoría legislativa— podrían convertir en realidad proyectos culturales de transformación nacional a la altura de los cambios anunciados; para mal, porque la designación de un artista de burlesque presidiendo la Comisión de Cultura —la ortografía defenestrada por la coreografía— revela la amplitud de miras —y los proyectos en los que se habrá de enfocar, los criterios con los que va a evaluar— de la Cámara de Diputados. Maestros que enseñarán un conocimiento de hace cien años, legisladores que harán suya, como prioridad cultural, lo que decida el estríper que no es capaz de hilar dos frases. Un paso atrás, por favor: sin importar por quién se haya votado en la elección presidencial, la mediocridad que se vislumbra no puede ser el México del futuro.
Como no puede serlo la mediocridad de un país que renuncia al mundo externo: el plumazo a ProMéxico, las extrañas declaraciones de quien se supone tendrá que promover el turismo, el empeño en la cancelación del nuevo aeropuerto. Como no puede serlo, tampoco, la displicencia de una oposición que sigue lamiendo sus heridas sin darse cuenta de que su papel es más importante —y estará más acotado— que nunca.
México necesita de una oposición organizada y leal, sobre todo en un entorno de mayoría oficial absoluta; recorte a los partidos al 50%; delegados estatales decidiendo sobre el presupuesto; medios de comunicación asfixiados, y empresarios genuflexos. La oposición debe de organizarse y servir como contrapeso —actuar como contraste— ante las tentaciones del populismo de corto plazo.
El México del mañana se diseña desde hoy, y no podemos perder el tiempo. Nada bueno puede pasar con un país que se resigna a ser mediocre. SOS, oposición. Información Excelsior.com.mx