Por Yuriria Sierra
“La fuerza de un país reposa en el hecho de que gente de diferente origen contribuye a la grandeza de él”, éstas fueron las palabras de una mujer líder, Angela Merkel, cuando le preguntaron sobre un presidente, Donald Trump, que en últimos días ha atacado a cuatro legisladoras no sólo por el hecho de ser mujeres, sino por llevar en su sangre, en su color de piel, una identidad racial distinta a la suya.
“¡Que se vayan! ¡Que se vayan!”, gritaron miles de simpatizantes de este mandatario tan conocido por todos, tan identificado con un discurso de odio constante que se aviva cada que tiene en la víspera una necesaria jugada política. Así lo pronunciaron frente a él, cuando fue más allá de Twitter, cuando en un evento público habló sobre esas cuatro mujeres, sus opositoras políticas, y él, arrojando la piedra, pero escondiendo la mano, los dejó pronunciar por catorce segundos ése que habrá sido su canto de sirenas.
“¡Bienvenida a casa!”, así recibieron simpatizantes a una de estas cuatro legisladoras, Ilhan Omar, cuando aterrizó en el estado al que representa, Minneapolis. Ella, la primera persona de origen somalí y la primera abiertamente musulmana en llegar al legislativo de ese país gobernado por alguien que, tras la polémica, asegura no ser racista.
¿Cuántas veces hemos escuchado a este personaje, Donald Trump, afirmar no ser ni racista ni misógino, por decir algo? ¿Cuántas veces sus dichos y hechos nos han demostrado lo contrario?
“Modificar el discurso denostador acerca de los y las científicas y académicas que laboramos en México, para rectificar nuestra labor y lugar en nuestra sociedad; el trabajo que desarrollamos y sus resultados se enfocan en el beneficio de ella y son indispensables para lograr las metas y los nuevos tiempos”, es una de las peticiones que entregó el movimiento Pro Ciencia en Palacio Nacional hace unos días. Una petición de tantas, porque también se pronunciaron contra el recorte presupuestario que ellos, como muchos otros sectores, están sufriendo.
Y si no son los investigadores, son miembros de la sociedad civil organizada, o integrantes de la desorganizada, pero todos opositores a las decisiones de Andrés Manuel López Obrador, que también encuentran como respuesta la descalificación. Que si protestan por la reducción de recursos es porque les gusta la vida fifí; que si señalan decisiones unilaterales es porque son parte de la mafia del poder, neoporfiristas, neoliberales.
¿Qué tanto nos permite avanzar un discurso que divide? ¿Cuántas puertas abre una constante de insultos y agresiones? ¿Cuánto desarrollo nos permite proyectar una sociedad dividida? Estos son apenas algunos ejemplos, tal vez los más cercanos, pero lamentablemente no los únicos.
Jair Bolsonaro sacó a sus simpatizantes a las calles para dar apoyo a su ministro de Justicia, Sergio Moro, acusado de manipular la investigación que llevó a Lula Da Silva a prisión. ¿Qué les dice eso a los brasileños?
Ningún presidente debería tener en su agenda el discurso de odio, de división, no sólo por su carácter antidemocrático, sino por el peligro que estas narrativas representan. Información Excelsior.com.mx