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Tenemos que buscar un Plan C

Por: Víctor Beltri

Nadie se imaginaba, en realidad, lo que ocurriría después del 9 de noviembre del año pasado en el funesto escenario, finalmente realizado, de la elección de Donald Trump como presidente de los EU. Nadie en absoluto. El mundo entero fue tomado por sorpresa: desde los líderes mundiales que han tenido que sufrir sus desplantes hasta la prensa norteamericana que hoy, erigida en resistencia, enfrenta sus embates.

La sorpresa nos incluye, por supuesto. Las condiciones de la política interna complicaron, sin duda, una respuesta que requería de la unidad nacional: más allá de los desaciertos de unos y los rencores de otros, el país necesita no sólo de la coordinación de los diferentes sectores de la sociedad, sino de una visión verdaderamente estratégica ante lo que es, sin duda y con independencia de quien ocupe la titularidad del Ejecutivo, el momento más complicado de los últimos tiempos.

Un momento que, sin embargo, puede volverse mucho más complejo. Los nacionalismos conservadores que fomenta Steve Bannon a lo largo del mundo están muy cerca de obtener un par de victorias que podrían profundizar una crisis que está cambiando, por instantes, la configuración geopolítica mundial. En unos días, el próximo 15 de marzo, el ultraderechista neerlandés Geert Wilders, podría hacerse del control del Binnenhof, en La Haya. Wilders –quien, de manera curiosa, tiene una sensibilidad estética similar a la de Trump en temas capilares— ha esgrimido argumentos aún más radicales que los del mandatario estadunidense desde 2002, hasta que su discurso incendiario cobró relevancia tras el asesinato brutal de Theo Van Gogh en 2004 y la ola de violencia y odio racial que validaron, a ojos de los sectores más conservadores de la sociedad, sus propuestas radicales. Las políticas de Wilders en contra del Islam harían palidecer a las de Trump, y en materia multilateral escindirían de tajo a los Países Bajos de la Unión Europea.

La victoria de Wilders sería la primera ficha de un efecto dominó que continuaría por Francia, donde Steve Bannon incluso asesora a una sobrina de la ultraderechista Marine Le Pen, cuyas intenciones —y políticas públicas anunciadas— no difieren en lo sustantivo de las de Wilders. De ahí, el desmoronamiento de la Unión Europea tan sólo sería cuestión de tiempo: sin las economías principales, Alemania no podría soportar el peso de una estructura que terminaría por perder relevancia económica. El arribo de los nacionalismos conservadores a Europa podría tener consecuencias terribles no sólo en lo social, sino también en lo económico. Para nuestro país, en particular, complica el panorama en tanto nuestro tercer socio comercial enfrentaría problemas que comprometen su propia viabilidad a largo plazo.

La elección de Trump nos tomó por sorpresa, a pesar de la visibilidad de la campaña y el tono agresivo en nuestra contra. No fuimos capaces —no hemos sido capaces— de articular una estrategia eficaz para la defensa de nuestros intereses: a pesar de la anticipación, la respuesta de la sociedad civil, académicos, intelectuales y empresarios ha sido descoyuntada, ineficiente, más perdida entre la maraña de intereses particulares que en la comprensión del peligro que se cierne sobre nuestro país. Los sucesos de Europa no nos pueden volver a tomar por sorpresa: el aliado al que estamos buscando para que nos auxilie en el naufragio está mirando, con desesperación, las vías de agua en su propio navío.

El mundo está en un proceso de cambio que no se detendría, en este momento, ni siquiera con la improbable salida de Trump del poder. Es momento de asumirlo, y de ampliar los horizontes con osadía: cuando el norte y el Atlántico se cierran, el sur y el Pacífico deben ser mirados con la intrepidez que los tiempos demandan. No podemos seguir actuando con temor al tirano: somos un país poderoso, aunque nosotros mismos no lo creamos, que debería de conversar —más en serio— con América del Sur y con China. Información Excelsior.com.mx

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