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Toma de posesión

Por Pascal Beltrán del Rio

“Estoy consciente de que la nave del Estado ha de surcar un mar tempestuoso y difícil; que la vigilancia y las fuerzas del piloto no alcanzan a contener el ímpetu de los vientos; que existen averías en el casco y el norte es desconocido… Mi limitación e inexperiencia habrán de producir errores y desaciertos que nunca, nunca serán efecto de la voluntad. Yo imploro, pues, vuestra indulgencia. Éstos son, Señor, los votos de mi corazón; éstos, mis principios. ¡Perezca mil veces si mis promesas fuesen desmedidas o burlada la esperanza de la Patria!”.

Con esas palabras tomó posesión Guadalupe Victoria como primer Presidente de la República, el 10 de octubre de 1824. Aquella ceremonia fue sencilla. Se dispuso que el Presidente y el vicepresidente (Nicolás Bravo), elegidos por el Congreso, de conformidad con lo dispuesto por la Constitución recién promulgada, entraran en el salón de sesiones acompañados de dos diputados secretarios, se acercaran a la mesa y prestaran el juramento de su investidura.

Enseguida, que el Presidente de la República subiera al solio y tomara asiento a la izquierda del presidente del Congreso (Lorenzo de Zavala) y desde ahí pronunciara un discurso.

Al terminar, que el Presidente y el vicepresidente se encaminaran a la Catedral, acompañados por una comisión de diputados, para escuchar el Te Deum.

Así comenzó México su vida republicana, que entraría en caos durante las siguientes décadas, empujada por una serie de asonadas, traiciones, guerras civiles e intervenciones.

En los 194 años que han pasado desde la toma de posesión de Guadalupe Victoria, el Ejecutivo ha sido detentado por 65 hombres distintos, aunque once de ellos fueron titulares de ese Poder más de una vez, con lo que ha cambiado de manos más de 90 veces a lo largo de ese lapso.

Hasta 1904, el periodo presidencial duró cuatro años. Ese año, durante el régimen de Porfirio Díaz, una reforma lo amplió a seis. Con la promulgación de la Constitución de 1917, volvió a ser de cuatro. Y a partir de 1928, regresó a seis.

Ese año, Álvaro Obregón fue elegido Presidente de la República —cargo que ya había ocupado entre 1920 y 1924—, pero fue asesinado antes de asumir el poder. Pascual Ortiz Rubio, ganador de la elección extraordinaria de 1929, sólo duró 30 meses en el cargo antes de renunciar a éste. Así que en ese primer “sexenio” hubo tres mandatarios.

La estabilidad en los periodos presidenciales llegó con Lázaro Cárdenas. Desde 1934, catorce titulares del Ejecutivo han terminado su sexenio.

Pocos países del mundo pueden presumir de 14 periodos presidenciales completos de forma consecutiva en un lapso de 84 años. Por ejemplo, Estados Unidos sólo tiene diez, de 1977 a la fecha.

Se trata de un logro que da testimonio de la fortaleza de las instituciones del país, con frecuencia vilipendiadas.

Es verdad que durante buena parte de esos 84 años, la democracia no fue la mejor característica de México, sin embargo, debe reconocerse que en ese tiempo, la estabilidad en la Presidencia de la República ha permitido a nuestro país conseguir avances de los que carecen naciones cuyos procesos políticos han sido interrumpidos por golpes de Estados y conflictos armados internos.

Desde la promulgación de la Constitución de 1917, México ha celebrado sus elecciones presidenciales y legislativas de la manera en que lo marca la Carta Magna, un hecho difícil de igualar en el entorno internacional.

En cambio, en los primeros 84 años de su historia republicana, el país tuvo 35 presidentes distintos, más del doble de los que ha tenido de 1934 para acá.

Por eso es de celebrarse la ceremonia que tendrá lugar el próximo sábado 1 de diciembre.

Más allá de que los resultados de la elección presidencial de julio pasado lo hayan dejado a usted, estimado lector, contento o apesadumbrado —es fácil encontrar a mexicanos que piensan de una manera o de otra—, todos debemos valorar el hecho del relevo institucional del poder, que se dará por tercera vez desde 2000 entre hombres de distinta filiación partidista.

La tradición ha marcado que el Presidente entrante tiene algunas palabras de encomio para su predecesor, ahí presente.

También prevé que la banda tricolor, el símbolo del poder presidencial, no pase de uno a otro de forma directa, sino que sea el presidente de la Cámara de Diputados quien la reciba del Ejecutivo que termina su encargo y la ponga en manos de quien lo inicia.

Se trata de símbolos y actos ceremoniales que debemos cuidar, pues sirven para recordar que el ejercicio del poder es temporal y deriva de la soberanía del pueblo.

Quizá la razón por la que Guadalupe Victoria es recordado indulgentemente por la historia es porque asumió la Presidencia de la República con humildad y consciente de la fragilidad que puede tener el timón.Información Excelsior.com.mx

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