Por Ángel Verdugo
Este año se cumplen 30 de la famosa —en su momento— pero hoy olvidada expresión de Carlos Salinas: Hay que hacer más política, mucha política, más moderna política.
Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña son los cinco presidentes que deberían, es un decir, haber entendido el verdadero significado de las palabras de quien se traicionó a sí mismo porque, bien sabemos, no puso en práctica lo fundamental de sus palabras: Más moderna política.
Hoy, dos generaciones después, la política que hacemos en México no sólo no es más moderna, sino que ha habido cierto retroceso. En vez de más política, más moderna política, lo que hemos logrado en estos ya casi 30 años, es más corrupción y, de faltar algo, agregamos más corrupción.
¿A dónde nos ha llevado esta conducta? ¿Acaso, como afirman algunos —entre ellos, yo mismo—, a estar cada día más cerca de la debacle? ¿Qué es lo que esperamos que produzca la falta de credibilidad, de prácticamente todas las instituciones del Estado mexicano?
¿Qué debemos esperar de una clase política parasitaria y cleptocrática, y de los que, año con año, se incorporan a ella al ver, descarado y sin recato, el enriquecimiento casi instantáneo a niveles ofensivos de aquéllos a los que buscan estos novatos emular?
Los años pasan y las calificaciones obtenidas en materia de transparencia y corrupción van en caída libre; ¿quién repara en ello, además de los grupúsculos que parecen arar en el desierto?
¿Acaso advierte usted en los ciudadanos un genuino interés por combatir y acabar con la corrupción o al menos, reducir significativamente su nivel?
Dado, pues, lo que nos aplasta desde hace algunos decenios, ¿por qué no revisar lo sucedido en otros países —tanto con ellos mismos como con sus gobernantes—, que compartieron con México la poca honrosa distinción de haber hecho de la corrupción la religión nacional?
¿Acaso piensa usted que la aplicación de duras medidas, que incluyen la pena de muerte para los corruptos en la República Popular China, se explica solamente porque los gobernantes son muy crueles? ¿No ha pensado que quizá se deba a que estudiaron a conciencia el papel jugado en la hoy extinta Unión Soviética, de la extendida corrupción que era más que evidente?
¿Y lo de Brasil? ¿Acaso la campaña que ha llevado a la cárcel a cientos de políticos encumbrados y empresarios poderosos, y condenado a Luiz Inácio Lula da Silva a una sentencia de nueve años de prisión, y destituido a su sucesora, Dilma Rousseff, es simple venganza porque lucharon en favor de los que menos tienen? ¿Y lo de Argentina y Guatemala, qué es y qué significa? ¿Quién seguirá mañana, Maduro y Ortega y el único que queda de los ancianos Castro en Cuba?
En el mundo actual, las amenazas más graves que roen la estabilidad y debilitan la gobernabilidad en no pocos países, no son la amenaza militar proveniente del exterior o algún movimiento insurgente, sino algo más poderoso y dañino: La corrupción.
Ésta —bien nos haría entenderlo para tomar las decisiones obligadas—, va más allá del enriquecimiento y complicidades entre negociantes y la alta burocracia. En no pocos casos, se traduce en designaciones de los poco calificados y nula experiencia, pero eso sí, mucha disposición a la complicidad con el poderoso, para saquear el erario.
En ese panorama, ¿dónde está México? ¿Dónde y quién será el que decidirá, por fin, tomar las medidas impopulares y dolorosas que enfrentarían la amenaza a la viabilidad de México como país?
Información Excelsior.com.mx