Por Pascal Beltrán del Rio
O riginada en la palabra gótica triggwa (tratado), una tregua —nos dice el diccionario— es la cesación de hostilidad por determinado tiempo entre los enemigos que tienen rota o pendiente la guerra sin que por ello quede terminada.
En la historia militar, la tregua se ha dado muchas veces cuando alguno de los bandos en pugna (o ambos) concluye que la guerra no tendrá éxito de la forma en que originalmente fue planeada.
Entre las más recordadas están la Tregua de Navidad, cuando los ejércitos enfrentados en la Primera Guerra se dieron cuenta que el conflicto no concluiría para fines de 1914, como pensaban.
Esa vez, los soldados emergieron de las trincheras lodosas de Bélgica y, por un breve lapso, intercambiaron regalos y parabienes con el enemigo.
Otra de las treguas célebres es la del Tet, en la guerra de Vietnam, a principios de 1968, cuando el Frente de Liberación Nacional ordenó a sus combatientes suspender las hostilidades para celebrar el año nuevo lunar, lo cual cayó muy bien a las fuerzas armadas estadunidenses, cuyos comandantes dudaban de una victoria militar rápida.
Sin embargo, una y otra sólo fueron el preludio de varios años más de sanguinario conflicto. Por eso, la tregua no es sinónimo de armisticio.
El viernes pasado, Andrés Manuel López Obrador ordenó una tregua en la batalla ideológica de Morena contra el neoliberalismo.
Después de un desplome de casi seis puntos en la Bolsa Mexicana de Valores —la peor en siete años—, originada por la presentación, el jueves, de una iniciativa para prohibir las comisiones bancarias, el Presidente electo ofreció congelar por tres años los intentos por modificar el marco legal en que operan las instituciones financieras.
Entre las posibles interpretaciones de esta decisión, quiero inclinarme por pensar que después de provocar tres golpes a la estabilidad financiera del país en dos semanas —primero, por el anuncio de que se suspenderán las exportaciones de petróleo; segundo, por la cancelación del proyecto de aeropuerto en Texcoco, y, ahora, por las comisiones bancarias—, el nuevo gobierno entendió que las palabras tienen consecuencias desastrosas cuando no se expresan con meditación previa.
Sin embargo, la tregua, como ya veíamos, no significa el final del conflicto.
Tres días antes del más reciente desplome de la Bolsa, López Obrador se reunió con legisladores federales de su coalición para analizar las prioridades para lo que queda del período ordinario de sesiones del Congreso de la Unión.
Allí llamó a que “entre todos le demos una cachetada con guante blanco a la política neoliberal”.
Al día siguiente, en un spot, dijo que la violencia criminal que vive el país tiene sus raíces en “la política económica antipopular e injusta que se ha venido imponiendo”.
Hay quienes dicen que nada de esto se puede reprochar a López Obrador, pues sólo está cumpliendo compromisos de la campaña electoral. Tienen razón, pero sólo en parte, pues, desde aquellos días, él alternaba este discurso antisistema con uno de responsabilidad financiera.
No soy el único en notar dicha ambigüedad, pues, en un famoso video, grabado subrepticiamente, el escritor Paco Ignacio Taibo II —próximo director del FCE— se enfureció con el empresario Alfonso Romo, próximo jefe de la Oficina de la Presidencia, por decir que el equipo de campaña había revisado los contratos de la Reforma Energética y éstos estaban bien. “¿Quién chingados se cree Poncho Romo?”, había espetado Taibo.
No queda claro por qué los senadores de Morena dieron a conocer la iniciativa contra las comisiones bancarias en momentos en que los mercados seguían escamados por los planes futuros para Pemex y el aeropuerto. ¿Fue por orden de López Obrador o por inspiración en lo que les había dicho tres días antes?
El analista Luis Rubio, presidente del CIDAC, compartió su interpretación en un tuit el sábado pasado: “No fue un error lo de las comisiones. El objetivo era el mensaje: yo mando y no tolero disenso, como las críticas de Banamex al aeropuerto. Reculo, pero no dejo duda de lo que perseguía”.
La noche del jueves, el próximo secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, sacó un comunicado en el que llamó la atención a los legisladores por su falta de cuidado. No fue suficiente para calmar a los mercados, por lo que López Obrador debió ofrecer la tregua de tres años.
Sigue sin estar claro el origen de la iniciativa. Si los senadores se fueron por la libre, no puede haber garantía de que no lo vuelvan a hacer.
En todo caso, esta tregua, como las de la Primera Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, no indican el fin del conflicto sino que éste se mantiene latente.
¿Habrá paz por tres años? Quién sabe. Recordemos que a la tregua de 1968 en Vietnam siguió la sorpresiva Ofensiva del Tet. Información Excelsior.com.mx