Por Ángel Verdugo
Lo visto estos últimos días es, por decir lo menos, preocupante. Si bien en todo gobierno hay abyección y servilismo, en ciertos casos los niveles van más allá de lo soportable. Cuando el gobernante se deja seducir por la adulación extrema y la sumisión ofensiva de los colaboradores, tanto él como el gobierno que encabeza pierden toda utilidad para el país que ambas partes dicen gobernar.
Los ejemplos de lo que se conoce como culto a la personalidad, son la mejor escuela para no caer en la tentación alimentada por la idolatría de los mediocres y serviles. La revisión de varios casos —Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, Mao, Enver Hoxha, Ceaucescu, Perón y Evita, Echeverría, López (P.), Bouteflika, Castro, Chávez y Maduro sin olvidar a Ortega y Murillo —su poetisa esposa— nos lleva, ineludiblemente, a concluir que el culto a la personalidad en éste o aquel país, a nada bueno conduce.
O el resultado es una crisis política profunda por los problemas sucesorios o a una económica que podría, en ciertos casos, conducir a la desaparición del país en cuestión.
En esto del culto a la personalidad, hay dos elementos que se apoyan y alimentan mutuamente; por un lado, el poderoso en turno cuyos sueños de grandeza lo hacen perder la cordura y, por el otro, los serviles y abyectos que, al olfatear esa debilidad del poderoso, trabajan con una eficacia que sorprende para convencerlo de que, efectivamente, él está llamado a gobernar por siempre.
Prácticamente no hay gobernante que no haya caído presa de la adulación y el incienso, que en su honor queman los abyectos. Estos, a veces abiertamente, pero en otras encubiertos, van tejiendo la telaraña que cuando el poderoso se da cuenta de la trampa en la que cayó sin oponer la menor resistencia, no tiene otro camino que seguirle.
¿A qué vienen los párrafos anteriores? Como dije al principio, son la respuesta obligada a lo visto estos últimos días. El detonante fue la desvergüenza de los serviles al loar, sin el menor recato, el desatino del gobernante al declarar, con la seguridad y la soberbia que únicamente proporciona la ignorancia, que al neoliberalismo ya podían darlo por muerto.
El médico legista y sepulturero, sin las luces intelectuales mínimas para entender que esas dos palabras —neoliberalismo y neoliberal— son más ofensa que categoría económica y/o política, exhibió con el certificado de defunción que emitió y la fosa que cavó —la cual quedó vacía—, la pérdida prácticamente total de cordura y buen juicio, y la obligada mesura y objetividad que deben guiar a todo gobernante en la gobernación que se ha propuesto llevar a cabo, para conducir a buen puerto la nave del Estado.
Las expresiones de no pocos de sus secretarios loando su decisión de sepultar el neoliberalismo —cualquier cosa que cada uno de los adoradores del poderoso entiendan de este vocablo—, refuerzan y profundizan el daño ya hecho: la pérdida del sentido común y la sensatez que algunos soñaron poseía aquél, cuando le entregaron su voto hace casi un año.
Los desatinos y ocurrencias más los excesos verbales de los populistas y demagogos, conducen siempre a resultados trágicos; no olvidemos que su gobernación es efectiva frente al populacho integrado por pedigüeños y adoradores del gasto público, sólo durante el tiempo que haya dinero suficiente en las arcas del erario para mantenerlos contentos.
Sin embargo, cuando la realidad toca a la puerta con un buen número de facturas por cobrar (que el gobernante populista no puede pagar porque, la precaria salud de las finanzas públicas llegó a un punto en el cual ya es imposible sufragar tanta dádiva y subsidios a millones), la debacle es inevitable.
Triste será el despertar del poderoso cuando, abandonado ya por sus cómplices abyectos y serviles —que habrían puesto a buen recaudo la riqueza mal habida—, apenas alcance a verlos a lo lejos disfrutar de la seguridad y el confort en otro país donde, se habrían olvidado del que les permitió enriquecerse y con él, ya lo vemos, habrían destruido una economía.
El desenlace descrito arriba es lo que enseña la experiencia registrada en decenas de países; ¿eludirlo, sólo porque nuestro populista es puro y desinteresado? Dejemos por favor la ingenuidad a un lado, y preguntemos: ¿Cuánto más aguantará México y la débil salud de nuestras finanzas públicas, tanto desatino y tantas ocurrencias? Información Excelsior.com.mx