Por: Jorge Fernández Menéndez
Ahora resulta que el presidente Trump considera al mexicano un buen gobierno, con el que tiene una buena relación, pero lo que sucede es que hay que “hacer algo” con los grupos del narcotráfico en nuestro país y se dice dispuesto a colaborar.
Es la típica palabrería de la que hace gala el nuevo inquilino de la Casa Blanca: nadie sabe a qué se refiere con colaboración, más aún cuando hace apenas unos días, alguno de sus voceros oficiosos había asegurado que Trump hasta había amenazado con enviar tropas a México. No era verdad, pero si la declaración de Trump en una entrevista con el Canal Fox quería aclarar algo, no lo hizo, simplemente agregó un capítulo más a la larga lista de incertidumbres que genera su descontrolado estilo de gobernar.
Debemos insistir en un punto: la incertidumbre y la confusión no provienen de una mente desordenada o poco preparada para las funciones políticas. Ésa es una realidad, pero la incertidumbre es un estilo de gobernar del que han hecho gala muchos otros mandatarios, en este momento en forma muy destacada Vladimir Putin. Se genera incertidumbre con gestos, declaraciones, actos que impiden a amigos y adversarios prever qué se hará, asumiendo además que nadie se siente seguro del rumbo que tiene un gobierno, de cuál es su estrategia y sabiendo que se puede pasar de socio a enemigo a veces en una misma frase.
Pero regresemos a la colaboración que puede prestar Estados Unidos para hacer algo contra los cárteles y los narcotraficantes. Una de las cosas que podrían hacer es no seguir reduciendo la Iniciativa Mérida hasta hacerla insignificante. Lo que comenzó en los primeros meses de la administración Calderón como una suerte de sucedáneo del Plan Colombia, ha terminado en una especie de ayuda para ONGs, sin significado operativo. Es verdad que no se podía, ahora tampoco, aplicar algo similar al Plan Colombia en México: no había ni hay condiciones para una colaboración militar y policial, con participación directa de tropas, como se dio en aquella nación sudamericana. Pero hubo muchos otros capítulos de colaboración, incluso en la implementación de la reforma judicial, que sí echaron a andar con la Iniciativa Mérida. Pero poco a poco ésta se fue haciendo menor hasta convertirse en algo sin sustancia. Y hace apenas unos días, el propio Trump dejó trascender que los escasos recursos que comprende los podría utilizar para la construcción del famoso muro.
Más allá de la Iniciativa Mérida, hay dos capítulos en los que Trump sí podría ayudar en forma decisiva: primero en acabar con el tráfico de armas de Estados Unidos a México. Los cárteles mexicanos se arman en la Unión Americana, cuyas aduanas dejan pasar miles de armas cotidianamente sin problema alguno. El porcentaje de armerías y de ferias de armamento que se instalan en toda la zona de la frontera son infinitamente mayores que en cualquier otro lugar de la Unión Americana. Las armas, además, se venden sin control. De allí se proveen los cárteles mexicanos.
Lo mismo sucede con el dinero. Nadie sabe en realidad cuánto dinero deja el narcotráfico: una estimación conservadora habla de un negocio de unos 60 mil millones de dólares al año. Pues bien, el 90 por ciento de esos recursos se queda en el sistema financiero del propio Estados Unidos y el otro diez por ciento alimenta a los cárteles de este lado de la frontera. No recuerdo operaciones serias, de gran calado que hayan roto con esos procesos de lavado de dinero del otro lado de la frontera (y tampoco de este lado).
Un tercer capítulo en el que podría haber colaboración es el del consumo. Los porcentajes de consumidores no sólo no disminuyen sino que aumentan y hoy prácticamente la mitad de los EU ha legalizado el consumo de mariguana, para uso medicinal y recreativo. Y la mayoría de la mariguana que se consume en Estados Unidos se produce ya en ese país. Es un mercado integrado, como le gusta al señor Trump.
El consumo de cocaína ha caído, pero ha aumentado el de drogas sintéticas (muchas producidas también en esa nación) y sobre todo el de heroína, que en su mayoría proviene del “Triángulo Dorado” y de Tierra Caliente, en México. No se ven programas intensivos que busquen reducir ese consumo tan peligroso que ha provocado unas 13 mil muertes por sobredosis el año pasado, más o menos el mismo número de víctimas por ajustes de cuentas que han sufrido las zonas de producción de opiáceos en nuestro país.
Nadie en su sano juicio debería oponerse a la colaboración de México y EU en temas de seguridad y narcotráfico, pero se debe asumir que el desafío es común. No necesitamos tropas estadunidenses en la sierra de Guerrero o Sinaloa, pero sí que se desmantelen los depósitos de drogas y armas que existen del otro lado de la frontera, se le quita allá el dinero a los narcos o que se rompan las redes de distribución de droga que atienden nada menos que a 20 millones de consumidores habituales. No creo que sea la colaboración en la que está pensando Trump.
Información Excelsior.com.mx