Por Pascal Beltrán del Rio
En su conferencia de ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador volvió a manifestarse confiado en que su plan para erradicar la violencia de las ciudades y caminos del país tendrá éxito.
Más vale, porque el mandatario no ha abierto siquiera una rendija para una rectificación.
Avanzan los días, las semanas y los meses y la inseguridad sigue incontenible. Cuando pensamos que ya hemos visto lo peor, un nuevo horror viene a mofarse de nosotros.
No habían pasado siquiera unas horas de que el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana hiciera un corte de caja de la situación, el 14 de octubre pasado, cuando la realidad vino a pasar lista y mostró lo aventurado que es hablar de un “punto de inflexión” en la tormenta criminal que padecemos.
Ese día, 13 policías estatales de Michoacán fueron masacrados en una emboscada. Tres días después, para mostrarnos lo perdidos que estamos en el bosque de la violencia, un ejército de sicarios tomó las calles de Culiacán y obligó a las autoridades a doblar los brazos y liberar a un capo recién detenido. Y apenas el lunes pasado, un grupo de mujeres y niños fue víctima de otra emboscada en una brecha.
En medio de todo eso, motines carcelarios y ajustes de cuenta hicieron correr más sangre. No ha habido día que no sepamos de cuerpos desmembrados o calcinados en vehículos.
Sin embargo, nada ha sido suficiente para alterar el curso de la nave gubernamental.
Las críticas son tachadas de hipocresía o etiquetadas como signos de autoritarismo.
“Se presentan los casos como lo de Culiacán y lo de ahora, los asesinatos de las familias LeBarón, y brota de nuevo, como el grito de las ranas: ‘Necesitamos fuerza, necesitamos violencia, necesitamos guerra’”, dijo ayer López Obrador.
“Nosotros no vamos a cambiar de estrategia”, insistió. “Va aplicándose el plan de transformación, a pesar de todos los obstáculos, de todos los problemas que tenemos que enfrentar. Seguimos avanzando”.
¿Avanzado hacia dónde? Porque las cifras, se diga lo que se diga, no revelan ninguna inflexión. Al contrario, vamos en una ruta de la normalización de la violencia, con el riesgo de que lleguemos a un punto en que 80, 90 o 100 asesinatos al día parezcan parte del paisaje y masacres como la de La Mora no nos estremezcan más porque son la cotidianidad.
El Presidente pide tiempo para que su plan dé resultados. “Yo podría decir que ya están las bases de la transformación, pero todavía falta terminar la obra”, dijo ayer. “Estoy planteando que nos va a llevar un año más y que entonces sí va a quedar terminada la obra de transformación”.
Un año más. En campaña había dicho que la violencia se acabaría al día siguiente de las elecciones. Luego, que a los tres meses de gobierno sería notorio que las cosas mejoraban. Después, que a los seis meses. Pero llegaron esos plazos y nada.
Un año más, a este ritmo de homicidios, son otros 28 mil o 30 mil muertos. Entiendo, respeto y aplaudo que el Presidente se proponga modificar las condiciones de pobreza del país, pero el pronóstico que él hace en el sentido de que en ese mismo proceso se acabará la violencia es una expectativa que se olvida por completo de lo inmediato. De concretarse, sería una victoria pírrica.
México necesita una estrategia de corto plazo para frenar la brutalidad criminal. No se trata de recurrir al autoritarismo, sino de aplicar la ley y de usar instrumentos de la procuración de justicia que parecen estarse oxidando, como la inteligencia.
Porque, hasta ahora, el mensaje del gobierno de no combatir la violencia con violencia –como si la de los criminales fuese igual a la del Estado– sólo ha dado lugar a la permisividad.Información Excelsior.com.mx