Por Víctor Beltri
Usted tranquilo, indica el hombre de bata blanca mientras se frota las manos, nervioso. La enfermera se aproxima, finge hacer algo con las manos y, sin más, introduce una jeringa vacía en el hombro de una persona a la que, a continuación, le pide que ayude con su dedito.
La cámara se abre, y muestra un centro de vacunación en el que cientos de personas esperan su turno, y las actividades se desarrollan sin mayor problema con la presencia de más personal médico —y elementos de la Guardia Nacional— a unos cuantos pasos. El ambiente es distendido, y la enfermera pregunta por el nombre de la persona que piensa que acaba de ser vacunada, pero que sólo recibió un piquete.
Un piquete escalofriante. Quien tomó el video se percató a tiempo y pudo reclamar hasta que las autoridades hicieron algo más que la pantomima inicial, para que terminara por inocularse a su pariente con algo distinto a los buenos deseos —y el aire— con que había sido inyectado inicialmente. En este caso concreto, la cámara pudo captar una irregularidad que terminó por solucionarse, pero —ante la emergencia de éste, y otros casos similares— las preguntas terminan por imponerse.
¿Qué está pasando con las vacunas? El gobierno federal ha señalado, con insistencia, que la administración cuenta con los recursos suficientes para adquirirlas, gracias a la política de austeridad con la que ha sometido el gasto público a sus estándares. Sin embargo, el gobierno federal también ha publicitado las súplicas del Presidente —y los esfuerzos de algunos miembros de la administración— para que las vacunas sean donadas por otros gobiernos, que fueron capaces de tomar previsiones a tiempo. La administración presume que tiene las vacunas, pero no las está administrando, lo cual nos lleva a la siguiente pregunta:
¿Qué está pasando con la distribución de las vacunas? Más allá de los cuestionamientos sobre lo acertado de la estrategia —y su vinculación con una estrategia mediática y meramente electoral— los errores son evidentes y a la orden del día. Los llamados no son efectivos, las vacunas no llegan a tiempo, o están mal refrigeradas, y los errores se diluyen entre los aplausos a los supuestamente recién vacunados y los testimonios de agradecimiento en redes sociales. La opacidad es total, sin embargo, y cada vez son más frecuentes las noticias sobre la existencia de un mercado negro de vacunas, o sobre funcionarios que aprovecharon su posición para inocularla entre su círculo cercano, a despecho de una población que confía en la actuación de su gobierno.
¿Qué pasará con la gente que confía en estar vacunada? Usted tranquilo, decía el hombre de la bata blanca mientras se frotaba las manos. ¿Qué pasaría, sin embargo, si nadie lo hubiera grabado? ¿Qué pasará, de hecho, después de que la gente regrese a sus casas y, con la esperanza recién adquirida, trate de seguir con lo que recordaba como su vida normal? ¿Qué pasará con los abuelos que se sienten más seguros, qué pasará con las familias que se confían después de que sus seres queridos han recibido lo que podría ser nada más que un piquete de aire? ¿Podemos creer que fue un error?
¿Podemos, en realidad, estar tranquilos? El gobierno que ahora inyecta aire a los ancianos es el mismo que, en su momento, ha tomado las decisiones de construir una refinería en un pantano, o un aeropuerto frente a un cerro, y que —de acuerdo con sus propias declaraciones— ha domado al menos una docena de veces a una pandemia que sigue cobrando vidas. El gobierno que vacuna a sus propios operadores antes que a los integrantes del sistema de Salud, el que acusa a sus enemigos, pero reserva por años los datos referentes a sus propios ilícitos.
El gobierno que no ha cumplido y que no tiene intenciones de hacerlo. El gobierno que llegó al poder para cumplir sus propios fines, que no para gobernar a un país entero. Un gobierno que, como en todo lo demás, en lugar de curarnos, sólo nos está inyectando aire. Información Excelsior.com.mx