Por Víctor Beltri
La política es un juego complejo, en el que múltiples tableros interactúan entre sí, y los acontecimientos, en uno, tienen repercusión en las decisiones que se toman en otro, que a su vez puede influir, y ser influido, por lo que ocurre en otros tableros —cada uno con sus propias reglas—, y que pueden resultar más o menos cercanos, ya fuera por razones geoestratégicas o ideológicas.
Tableros políticos que se relacionan entre sí y coinciden en un momento determinado, con sus propias narrativas y sus propios tiempos. Con sus propios actores, con sus propias circunstancias, con sus propios problemas. Con sus propias crisis y sus propios intereses: en el caso de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, el tablero de nuestro país muestra a un líder, con poder casi absoluto, que atraviesa una crisis de ejecución, al principio de su mandato, que no sabe cómo resolver y representa un obstáculo para la consecución de su proyecto político; el tablero de la política estadunidense, por su parte, muestra a un presidente que, con un poder acotado por las propias instituciones norteamericanas, atraviesa una crisis de legitimidad que tampoco sabe cómo resolver, pero que, de superarla, le supondría el camino franco hacia la reelección.
Una reelección que sería plausible, de acuerdo al modelo de predicción electoral utilizado por la calificadora Moody’s, y cuyos resultados —publicados en días recientes— le auguran porcentajes incluso mejores a los que lo llevaron a la Casa Blanca. Con todo y los escándalos continuos, la evidencia irrefutable, el proceso del impeachment: it’s the economy, stupid, y la realidad es que la mayoría de los norteamericanos están satisfechos con lo que sienten en el bolsillo. Trump podría reelegirse, sin mayores problemas, en un escenario en el que no hubiesen cambios importantes y la economía se afianzara, por ejemplo, con el nuevo tratado de libre comercio. El T-MEC.
Un T-MEC cuya aprobación sería —sin duda— un triunfo para el presidente norteamericano, justo cuando más lo necesita. Un triunfo que le pertenecería también, sin regateos, al Presidente mexicano, quien debe cambiar —de manera urgente— la narrativa que se construye sobre su ineptitud y falta de resultados, y necesita un logro contundente en materia económica para regresar la confianza a los inversionistas. Un triunfo que —por otra parte— llegaría en el momento más inoportuno para quien podría lograr su consecución, la presidenta de la Cámara de Representantes —y en estos momentos, la demócrata más poderosa de EU— quien estuvo midiendo su fuerza para proceder con el impeachment y, ahora, una vez que lo ha emprendido, se antoja difícil que tome decisiones que pongan en riesgo el mayor compromiso político de su vida, como sería proceder con el tratado. Nancy Pelosi está jugando en su propio tablero.
Un tablero que —sin duda— afecta el que tenemos en casa. A la crisis del culiacanazo —y el artero asesinato de la familia en Chihuahua— que pone en evidencia el fracaso de la estrategia de seguridad, se suman las evidencias de que la política económica no funciona tampoco, como no lo hace la de salud o la del trabajo. El tablero es complicado, y el gobierno federal le ha apostado su capital entero a soluciones que dependen de tableros ajenos, y que no resultarán: sería muy ingenuo pensar que el presidente norteamericano comprometerá su capital político con los fabricantes de armas para disminuir el flujo en la frontera —y resolver así nuestra crisis de seguridad— o que el T-MEC se aprobará en unos días —y solucionará nuestros problemas económicos— a pesar de que no le conviene a quien tiene que tomar la decisión.
Tableros que —sin duda— también interactúan con aquellos del sur. El Presidente de México se ha convertido en la gran esperanza de la izquierda internacional, según Nicolás Maduro, en un tablero de la política latinoamericana que —también— se mueve a una velocidad vertiginosa: Bukele se enfrenta con Maduro; Kirchner regresa como vicepresidenta; Correa se pasea por nuestro país; Lula es liberado y recibido como mesías —amazónico—, mientras que Evo Morales es defenestrado y huye de Bolivia como un delincuente. México le brinda asilo al gobierno ilegítimo que antes reconoció sin dudar, mientras dinamita sus propias instituciones, espera que Trump detenga el flujo de armas, y se firme el nuevo tratado de libre comercio lo antes posible. Ajá.
La política es un juego complejo, sin duda. Mucho más cuando se juega con otros datos. Información Excelsior.com.mx