Por Víctor Beltri
Para enfrentar un problema hay que entenderlo primero. México inicia el 2022 envuelto en una encrucijada nunca antes vista, en la que confluyen las mayores crisis que hemos visto en la historia reciente —tanto en materia de salud, como económica y de seguridad— que son atribuibles, por completo, a las malas decisiones del presidente en turno. Un mandatario cuya popularidad se ha mantenido, a pesar de todo.
Los errores son notorios: los ataques vienen y van y, los escándalos que en otros tiempos habrían costado al menos la operatividad al gobierno en turno, hoy se acumulan sin hacer mella al presidente en funciones. La sociedad está polarizada, la oposición se diluye en su propia irrelevancia y el país se dirige hacia una catástrofe que todo el mundo parece advertir, pero que nadie entiende y algunos, incluso, están dispuestos a aceptar.
El sistema anterior no funcionaba, y quienes tenemos el privilegio de la opinión pública lo hemos advertido desde hace años, como es patente en las respectivas hemerotecas de los grandes diarios de nuestro país. En el pasado, sin embargo, el odio entre nosotros no era tan profundo, y fuimos capaces de vislumbrar —desde nuestras diferencias— soluciones conjuntas para los problemas colectivas que fuimos enfrentando. Antes, no nos odiábamos tanto: después de tantos abusos, después de haber pasado por tanto, después de haber consolidado nuestra democracia, ¿cómo es que terminamos aquí?
Para enfrentar un problema hay que entenderlo primero. Los elementos están sobre la mesa: un sistema anterior que no funcionaba para todos, un movimiento de crítica que denunció sus carencias hasta que consiguió llegar al poder, negando todo lo que le precedía. Un gobierno
ineficiente, pero popular; una sociedad dividida, con una oposición pasmada. Un mandatario que no tiene soluciones en el presente, sino culpables en el pasado: un presidente que gobierna, todos los días, planteando un falso dilema a una población desfavorecida y sumergida en la miseria: ¿están conmigo, o están contra mí?
Andrés Manuel, y el movimiento que encabeza, no son nada más que la antítesis de una tesis que había perdido validez. De lo que él llama neoliberalismo, así se tratara de logros indiscutibles en términos científicos o culturales. En este sentido, el presidente no está interesado en gobernar para todos, sino en tener la razón y transmitir su mandato a quien así le fuera conveniente. En tales circunstancias, sólo podríamos definir a dos tipos de oposiciones, en cuanto a su vocación por el futuro: la virtuosa, por un lado, que conduciría a una síntesis armónica tras el enfrentamiento entre contrarios, y la defectuosa que, en cambio, promovería la continuación de dicha diferencia hasta el infinito.
México inicia el 2022 envuelto en una encrucijada nunca antes vista, en la que confluyen las mayores crisis a las que nos hemos enfrentado en la historia reciente. Los muertos se acumulan, los negocios quiebran, los desaparecidos aumentan. Nos peleamos porque podemos, sin atrevernos a cuestionar el rumbo: discutimos porque nos escuchamos al sentirnos entre iguales. Peleamos porque no nos queda de otra, como clase media que no tiene acceso a las prebendas que, se supone, son repartidas entre unos cuantos, ni mucho menos estamos interesados en adquirir beneficios —o privilegios— que no nos corresponden.
Queremos vivir nuestro tiempo, y construir la síntesis faltante entre los baby boomers que nos han precedido y los millennials que habrán de sucedernos. Queremos un país exitoso, sin el resentimiento de los viejos que nos anteceden ni el optimismo de los jovencitos que no entienden lo que está pasando: queremos un país en el que las decisiones no sean tomadas por un oportunista en el poder. Queremos, sin duda, un México distinto: para el 2022 nuestro país se merece, al menos, un prócer menos pinche. Información Excelsior.com.mx