Por Hugo Garciamarín
El 20 de junio, Alejandro Moreno publicó una encuesta sobre las preferencias electorales de los habitantes de la Ciudad de México y confirmó una tendencia que comenzó con las elecciones intermedias de 2021: la alianza PRI-PAN-PRD sigue avanzando y ya lidera la intención de voto con un 44%, mientras que Morena-PVEM-PT continúa perdiendo terreno y cuenta con el 42% de las preferencias. La ciudad, que tradicionalmente ha sido considerada como de izquierdas, apoya a una alianza de ideología difusa que sólo ha hecho algo consistentemente: oponerse a Andrés Manuel López Obrador.
A veces se olvida que esta ciudad antes de ser de izquierdas fue opositora. Desde el triunfo de la revolución, sus habitantes han rechazado a la élite en el poder. Primero, porque los revolucionarios trasladaban los conflictos nacionales y de las facciones a la ciudad, con lo que generaban inestabilidad; y después, porque en aras de evitar dichos conflictos, le arrebataron la posibilidad de elegir a sus gobernantes y con ello su autonomía. Así, los capitalinos terminaron forjándose una identidad basada en la organización ciudadana para exigirle al poder; y en el rechazo a la arbitrariedad del presidente, del partido revolucionario, del regente y de los delegados.
En la ciudad, todos los candidatos presidenciales opositores obtuvieron buenos resultados electorales, y en algunos casos vencieron al oficialismo —aunque lo ocultaban bajo el fraude electoral—. En ella también surgió un movimiento democratizador, después del sismo de 1985, que se oponía al poder y exigía su autonomía para solucionar los problemas locales prioritarios, como eran la vivienda y el agua. Con el tiempo, dicho movimiento consiguió elecciones locales que desembocaron, primero, en el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en 1997, y luego, gracias a la declinación de Marcelo Ebrard, en el de López Obrador en el 2000.
Fue en la capital en donde el lopezobradorismo se consolidó, gracias a una gran gestión de López Obrador, pero también a que en su gobierno se reafirmó la identidad histórica de la ciudad: la oposición ante la arbitrariedad del poder federal —aunque este ya no estuviera encabezado por el PRI—, la profundización democrática y la ponderación de los problemas locales por encima de los nacionales. No por nada, el desafuero fue tan rechazado por los capitalinos. Era la prueba irrefutable de la intromisión del poder: desaforaban al Jefe de Gobierno por querer abrir una calle para conectar un hospital.
Claudia Sheinbaum es la primera Jefa de Gobierno en la época democrática de la ciudad que pertenece al mismo partido que el presidente de la república. Y conforme ha avanzado su gestión ha renunciado por decisión propia a su autonomía: pinta la ciudad con los colores del nuevo partido en el poder, aprovecha cualquier pretexto para reafirmar su cercanía con el presidente, dedica gran parte de su tiempo a promover las luchas del ejecutivo —la consulta sobre los expresidentes o la revocación de mandato—, delega los problemas locales graves al presidente —fue López Obrador quien tuvo que atajar la crisis producto de la Línea 12—, utiliza los mismos recursos discursivos presidenciales para eludir la crítica —la culpa la tienen siempre los conservadores, los aspiracionistas, los traidores y todos aquellos en contra de López Obrador—, pasa sus fines de semana viajando para presumir su condición de corcholata, y un largo etcétera. Todo lo que históricamente la capital ha repudiado.
Pero mientras algunos olvidan, la ciudad tiene memoria. Información Radio Fórmula