Por: Jorge Fernández Menéndez
Era noviembre de 1997 y en las calles de Tijuana, Jesús Blancornelas, director del semanario Zeta, recibía cuatro disparos a quemarropa y no fue rematado porque un sicario, por error, disparó contra quien se disponía a hacerlo. Mi amigo Jesús quedó gravemente herido, su chofer murió en el ataque y aquel atentado ponía en el nivel más alto las amenazas contra periodistas en un año, especialmente, turbulento en la lucha entre los grupos del narcotráfico.
Jesús fue atacado porque publicó la historia de los narcojuniors de Tijuana. Los Arellano Félix habían formado un grupo de sicarios y operadores con jóvenes que provenían de familias acaudaladas de la zona. Las historias de los narcojuniors de las que dimos cuenta también en este espacio, superaban, incluso, la violenta racionalidad que imponían Ramón Arellano Félix y sus bandas de sicarios en esa parte de la frontera. Ver sus nombres publicados en Zeta fue la gota que terminó de rebasar el vaso de los criminales que ordenaron el ataque contra Jesús.
Pero en ese 1997 se estaban dando, también, otros procesos profundos en el mundo del narcotráfico y quienes trabajábamos esos temas no estábamos indemnes de las amenazas. Fue el año en que fue asesinado Amado Carillo Fuentes, El señor de los cielos, durante una operación de cirugía estética en la Ciudad de México, con lo que se abrió una lucha interna entre los cárteles, que se extiende hasta hoy. El cártel que encabezaba Amado Carrillo, era una organización muy horizontal, una suerte de holding, donde había varios grupos que operaban en forma relativamente autónoma. Con su muerte, algunos quisieron vengarse y otros, mejor dicho todos, comenzaron la lucha por quedarse con el liderazgo de la organización. Ahí comenzaron las diferencias profundas de Vicente Carrillo, el hermano de Amado, con el grupo de Sinaloa que conformaban El Azul Esparragoza, El Mayo Zambada, y muy cerca de ellos, operando desde la cárcel, El Chapo Guzmán y El Güero Palma, entonces dos personajes menores respecto al peso que tuvieron, sobre todo el primero, años después. El Chapo y El Güero estaban, a su vez, en una guerra abierta con los Arellano Félix.
En Quintana Roo, apoyado por grupos del cártel de Amado Carrillo gobernaba Mario Villanueva. Venía investigando y publicando sobre las actividades del gobernador desde 1995. Cada vez que publicaba algo sobre Villanueva éste me enviaba a mi casa una corona mortuoria “siempre te leo, Mario” decía el mensaje que la acompañaba. Las amenazas estaban a la orden del día en Tijuana, en Sinaloa, en Chihuahua, en Tamaulipas, en Jalisco, en Quintana Roo. Muchos compañeros dejaron de escribir sobre el narcotráfico y, por eso, en ocasiones tenemos en la historia una suerte de vacío en lo ocurrido entre esos años y la guerra que inició una década después, o incluso lo que hoy estamos viviendo, sin comprender que son ciclos de un mismo fenómeno, un mismo proceso.
El asesinato de Javier Valdez en Culiacán, recuerda al atentado de Jesús, ocurrido 20 años atrás porque Javier, quizás en un estilo mucho más grandilocuente que Blancornelas, como éste penetró en el corazón del grupo criminal y mostró escenarios, personajes, historias que querían permanecer en la oscuridad. Lo que desencadenó el atentado contra el director de Zeta fue la información sobre los narcojuniors. Lo que detonó la muerte de Javier Valdez parece que fue haber logrado estar cerca de Dámaso López y obtener una entrevista con uno de sus operadores en la que relataba cómo se había orquestado una emboscada de la gente de Dámaso contra los hijos de El Chapo Guzmán. Al mismo tiempo, Dámaso era detenido en la Ciudad de México y la guerra entre los nuevos narcojuniors (los hijos de El Chapo contra El Mini Lic, hijo de Dámaso) recrudecía. Alguien decidió que Javier era un enemigo y acabó con él.
Javier Valdez y el semanario RíoDoce son un ejemplo de periodismo regional que tomaron a su vez mucha de la experiencia de Zeta y Blancornelas. Su periodismo era y es de referencia para saber lo que sucede con el crimen organizado en Sinaloa. El problema es que con la división de ese cártel, también se polarizan los grupos, las animadversiones, las exigencias de que se esté o no con una de las partes en disputa, y en muchas ocasiones los periodistas quedan atrapados en esas tramas, en la mayoría de los casos independientemente de su voluntad.
Creo que eso ocurrió con Javier y con muchos otros compañeros que, quizás, en algunos casos pudieran haber tenido otro tipo de relaciones con los grupos criminales, pero que en su enorme mayoría, simplemente, quedaron atrapados en una trama de la que no pueden escapar. El periodismo de Javier Valdez y el de RíoDoce es auténtico, necesario y responsable, pero se ejerce en un contexto peligroso porque en Sinaloa el narcotráfico está tan imbricado con la sociedad como el propio periodismo.
Por todo eso sigo pensando que hay ciertos principios que se deben mantener en estos temas. Uno de ellos es que los periodistas no debemos entrevistar o buscar información de los propios grupos criminales. Se pueden tener muchas fuentes, pero utilizar las que brindan los grupos criminales, termina siendo peligroso para los comunicadores en la misma medida en que los propios operadores de esos grupos se han convertido cada día en más violentos, menos sofisticados, sin el respeto a los más mínimos valores.
Pero más allá de eso, si hay algo que impulsa estos crímenes es la impunidad. Ni
el de Javier Valdez ni el de Miroslava Breach ni ningún otro de los muchos que se han cometido en los últimos años han sido castigados. Han quedado impunes, tanto sus responsables materiales como intelectuales. Mientras haya crimen sin castigo, la violencia contra los periodistas continuará.
Información Excelsior.com.mx