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Venezuela: carambola y dominó

Por Yuriria Sierra

Hoy inicia una nueva jornada de movilizaciones en Venezuela, convocada por Juan Guaidó. Manifestaciones pacíficas, al menos del lado de la oposición. Porque tanto la ONU como organizaciones civiles han documentado más de 40 muertos y 850 detenidos (80 son menores de edad), porque en un régimen como el de Nicolás Maduro resulta difícil dimensionar los efectos a simple vista devastadores. Sin embargo, a pesar de las violaciones a los derechos humanos, el oficialismo venezolano parece acercarse a una esquina que lo dejará sin salida. Como nunca antes, países en el mundo —no el nuestro— han decidió cerrar filas con la oposición venezolana para contribuir con estrategias más contundentes a la transición democrática que urge en esa región de Sudamérica.

Los países que ya cuentan con una representación diplomática de ese gobierno alterno, parece que entienden los alcances de su postura. No se trata sólo de acabar con un gobierno, sino también del mensaje y los efectos sobre países que caminan detrás de la sombra de la llamada Revolución Bolivariana. Una suerte de carambola de tres bandas para evitar que la catástrofe venezolana sea la de toda una región continental. Con la tormenta política y social provocada por Maduro, ha pasado casi imperceptible Bolivia, donde la violencia no ha escalado a la dimensión de su vecino, pero que sí fue de los primeros en respaldarlo. Hace unos días, por primera vez se realizaron elecciones primarias rumbo a la presidencial, para que los nueve partidos del país elijan a su candidato. ¡Y ganaron todos!, pues ninguno tuvo más que un contendiente. Esto debido a una estrategia de Evo Morales rumbo a una reelección que, en teoría, no debería permitirse, pero que podría ser legal si reforma la Constitución y tiene la mayoría legislativa para hacerlo. Los bolivianos mostraron su descontento y al menos un 60% no acudió a las urnas. Al parecer, lo que sucede en Venezuela hace eco en aquel país.

Y no es el único, pero sí el primero en ver los efectos de una posible caída del gobierno de Nicolás Maduro. En Nicaragua, su presidente, Daniel Ortega, quien también respaldó a Maduro, provocó un estallido social tras las protestas que iniciaron por reformas a su ley del Seguro Social y que mutaron a una suerte de violaciones y represión en varias partes del país. Enfrentamientos, muertos y detenidos, casi todos estudiantes.

Y está Cuba, la isla en proceso de “transición”, pero que aún tiene al mando a un personaje que no lleva el apellido Castro, Miguel Díaz-Canel, se le ha prometido continuidad. Su limitada apertura comercial no ha generado cambios significativos en sus habitantes. En la discusión de su nueva Constitución, dejaron fuera temas de la agenda progresista, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, asunto que acaparó la atención previo a la aprobación del borrador que habrá de someterse a referendo. La nueva Carta Magna se centró más en el reconocimiento de la inversión extranjera y la propiedad privada que en otorgar derechos a su población. Pero, ¿cómo lograrán dar certidumbre a quienes pretendan enviar capital desde el exterior si, además, fue de los primeros países en tender la mano a Maduro? ¿Qué hará Cuba sin las carretadas de dinero petrolero que le enviaba Caracas hace diez o cinco años?

Brasil, sede del Foro de Sao Paulo, donde surgió el fallido proyecto de la “nueva izquierda” en América Latina, dio un tremendo pendulazo a la ultraderecha con Jair Bolsonaro. Los escándalos de corrupción en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en nada ayudaron a que este proyecto se mantuviera en pie, al menos no en este país. Pero la llegada de un gobierno ultraconservador servirá de alerta para la diplomacia internacional. Más aún cuando aquel proyecto del Foro de Sao Paulo (que tanto le recuerdan a las izquierdas de América Latina participantes, incluido Morena) buscaba financiarse con el petróleo de la región, pero que ha visto caer su valor en estos países —y su efecto de goteo envenenado en las economías cuando no cumplen con las reglas de los mercados internacionales—. Lo que suceda en Venezuela importa porque terminará de cambiar el rostro de toda la región.

ADDENDUM. Tras la terrible baja en la calificación de Fitch, Pemex está cada día más lejos de convertirse en la añorada gallina de los huevos de oro que fue en los años 70. Ojalá el presidente López Obrador revalúe su estrategia y deje en manos del mercado lo que el mercado (y no el Estado) puede resolver mejor. El Presidente está muy a tiempo de ser ese gran transformador que México espera, si no se le atraviesa el ideólogo antes que el estadista. Información Excelsior.com.mx

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