Jorge Fernández Menénez
El jueves pasado, durante su visita a Quintana Roo el presidente electo Andrés Manuel López Obrador recibió una carta del hijo de Mario Villanueva, el exgobernador del estado, preso desde fines del gobierno de Ernesto Zedillo, acusado en México y Estados Unidos de narcotráfico.
En la misma, Carlos Mario Villanueva Tenorio, convertido en un destacado político local, primero en el PRI y ahora en Morena, define a su padre como un preso político y demanda su libertad o, por lo menos, que se le permita estar en prisión domiciliaria.
Pocos después, López Obrador dijo que liberaría a los presos políticos que hubiera al tomar posesión y aseguró que se analizaría caso por caso para tomar esa decisión. Me parece que tiene razón, si hay quien esté preso por razones, exclusivamente, políticas, debe ser liberado.
En realidad son contados los casos de quienes pudieran ser considerados presos políticos. Quizás, seguramente, haya algunos dirigentes sociales en algunos estados; está el caso de Alejandro Gutiérrez en Chihuahua, que está ya en prisión domiciliaria, y me imagino que algunos otros. Pero de lo que no me cabe duda es de que Mario Villanueva Madrid no es un preso político. Es un político que desde la gubernatura se alió con grupos del narcotráfico, puso en manos de éstos diversos espacios de poder y de la seguridad del estado y si está cumpliendo condena es por esos delitos, no por razones políticas.
Villanueva fue un gobernador que llegó al poder durante el gobierno de Carlos Salinas de la mano de Luis Donaldo Colosio y Carlos Rojas. Era un hombre humilde y relativamente popular que había implementado solidaridad en el estado y que rompía con el modelo de candidato surgido de las familias de mayor peso político en la entidad.
Pero una vez instalado en el poder la estela de abusos, autoritarismo y vigencia de Villanueva se cruzó con una cada vez más evidente presencia del narcotráfico en la entidad, ya no sólo como una plaza turística de alto consumo, sino como un centro de operaciones clave en todo el sur del país, con ramificaciones en Centroamérica, en Cuba y otras islas del Caribe.
En esos años, Villanueva “expulsó” al cónsul de EU de Cancún porque el cónsul osó investigar la muerte de dos jóvenes mujeres estadunidenses por sobredosis de droga durante sus vacaciones en el centro turístico.
Descubrió que quienes les había vendido la droga adulterada a las jóvenes eran personajes ligados a las fuerzas de seguridad locales. Villanueva decidió ir por el cónsul, subirlo a la fuerza a un avión y “expulsarlo” del estado. Por esas y otras denuncias, el secretario de la Defensa, entonces el general Enrique Cervantes, envió un grupo de inteligencia militar a investigar qué sucedía en ese centro turístico.
Había denuncias de que los narcotraficantes estaban descargando grandes cantidades de drogas que desde allí para redistribuírla hacia otras partes de México y hacia EU.
El grupo de inteligencia militar fue descubierto por un grupo paramilitar que había formado Villanueva con su gente de confianza, ligada a su vez al narcotráfico, que los detuvo, los torturó hasta la muerte, salvo a uno de sus integrantes, su jefe, que fue abandonado, muy delicado de salud en Campeche. Le dejaron el mensaje de que no se volvieran a meter en Quintana Roo.
Al mismo tiempo, Villanueva extorsionaba a los empresarios importantes que tenían negocios en la zona. Tuve en mis manos y lo publiqué en el libro El otro poder (Aguilar, 2001) una carta de Mario Villanueva entregada al entonces banquero Roberto Hernández en la que le exigía 37 millones de pesos mensuales para frenar una durísima campaña en su contra en los medios del estado.
Cuando el presidente Zedillo convocó a Villanueva para que le diera explicaciones sobre todas estas denuncias, el gobernador rompió con el presidente.
Durante cinco años estuve investigando el caso Villanueva, siendo Mario gobernador en funciones, y buena parte de este entramado quedó al descubierto, incluyendo muchos otros, como el tráfico de mercancías y productos con Cuba, además de una red de tráfico de jóvenes mujeres cubanas a Cancún. Cada vez que publicaba algo, Villanueva me enviaba con una tarjeta firmada de puño y letra una corona o ramo mortuorio a mi casa. La tarjeta decía “siempre te leo”.
Unos días antes de fugarse, Villanueva, acompañado por un numeroso grupo de custodios, irrumpió en mi oficina. Pensé que venía a amenazarme o algo peor. Me encontré con un hombre que casi llorando me pedía interceder por él.
Decía que todo era verdad menos lo de su relación con el narcotráfico. Le dijo que yo no era su enemigo, que simplemente había investigado las denuncias en su contra, y que sus adversarios reales eran quienes habían sido mis fuentes: el gobierno de EU, el del presidente Zedillo, la Sedena y buena parte de los empresarios del país que tenían negocios en Quintana Roo. Todos ellos habían sido agraviados por Villanueva.
Han pasado los años y Villanueva permanece encarcelado. Quizás por razones humanitarias pudiera recibir prisión domiciliaria o incluso ser dejado en libertad. Puede ser. Lo que es indudable es que Villanueva no es un preso político. Es un político que está preso por cometer delitos muy graves. Información Excelsior.com.mx