Por Víctor Beltri
El voto es libre, y secreto. El voto es un derecho y, al mismo tiempo, una enorme responsabilidad: la decisión que se toma —en un instante— tendrá repercusiones a largo plazo que habrán de rebasar —con mucho— el término del mandato de quien resulte vencedor en la contienda.
El voto es la herramienta con la que el ciudadano expresa su voluntad en las urnas, ya sea para elegir a un gobernante, en el caso de los sistemas sin segunda vuelta, o para adherirse a un proyecto de país, en el caso de los sistemas en los que la segunda vuelta ha sido incorporada. La regulación mexicana no contempla, hasta el momento, la segunda vuelta como una opción electoral; en los hechos, sin embargo, tanto el ascenso pronunciado de López Obrador —en las encuestas— como la guerra de narrativas que sucedió a la declinación de Margarita Zavala —no sólo por hacerse con el exiguo número de votantes que le apoyaban abiertamente, sino por el amplio número de indecisos que podrían simpatizar con ella— dio inicio a una segunda vuelta de facto en la que el puntero se enfrentará con un segundo lugar que, en nuestro caso —y al carecer de un mecanismo de iure para definirlo— no ha terminado de definirse, y que habrá de resultar quien pueda conseguir, en una semana, el consenso del voto útil.
El voto útil es libre, secreto y necesario. Más allá de filias y fobias, no ha hecho falta esperar el resultado de la elección para saber la clase de cambio que Andrés Manuel ofrece, su apertura a la crítica o el cariz que tomaría bajo su mandato el combate a la corrupción, la divisa que enarboló a lo largo de toda la campaña: a una semana de la elección presidencial, la reacción de López Obrador ante las acusaciones de corrupción que pesan sobre Layda Sansores lo retrata de cuerpo completo: “Amigas, amigos, de Álvaro Obregón, me da mucho gusto comunicarme con ustedes. Estoy con Layda Sansores. Conozco a Layda desde hace muchos años, es una mujer inteligente, con convicciones y es una mujer honesta. Yo la avalo, yo la apoyo, yo la respaldo”.
“Yo la avalo, yo la apoyo, yo la respaldo”. Y no sólo la avala, la apoya y la respalda López Obrador sino con él, los millones de ciudadanos que están dispuestos a votar por el candidato de Morena, aunque sea por razones completamente distintas. Como la pretensión de un cambio verdadero, aunque quienes acompañen a López Obrador representen a los grupos más rancios de los tres partidos principales, como la propia Sansores o Manuel Bartlett, Pablo Gómez o Leonel Godoy, Germán Martínez o Manuel Espino: lo que Andrés Manuel propone, más allá del cambio generacional —que esperan los millennials— o el cambio ideológico —que pretende la progresía de las maromas— es simplemente un cambio de cúpulas en el que los eternos resentidos pretenden tomar su turno. Layda Sansores le besó la mano, y las acusaciones en su contra se convirtieron —sin más— en guerra sucia.
Así combatirá la corrupción, con el ejemplo: ha quedado claro que quien esté dispuesto a postrarse ante el Mesías quedará libre de toda culpa. Como Layda, como Napoleón, como Elba Esther. Así recibirá las críticas, también: quien promete gobernar con transparencia califica a la prensa de fifí y, mientras se revuelca en su propia bilis, mezcla —en un mismo tuit— las mismas presunciones de complot con la supuesta guerra sucia de siempre, arroja calificativos sobre el autor de una columna en la que sólo se citan sus propias palabras —y que, además, es Gabriel Zaid— e insiste en etiquetar a sus rivales como conservadores —cuando el único conservador real, en la contienda, es él mismo— mientras remata garantizando el derecho a disentir.
Suena desquiciado: lo es. Como lo es una política económica cerrada al exterior, como lo es una amnistía a los criminales, como lo es el aval —sin más preámbulo— a la honestidad de Layda Sansores —y un, dos, tres, por todos sus compañeros. Como lo es el nombramiento de Alfonso Romo como jefe de una oficina en la que despachará como ideólogo Paco Ignacio Taibo II: el cambio hacia atrás también es cambio.
El voto útil es libre y secreto. El déspota está en la puerta: hoy, más que nunca, la Patria es primero. Información Excelsior.com.mx