Por Yuriria Sierra
Chema tenía 20 años. Junto a once amigos, acudió a Xochimilco, a más de 150 kilómetros de su casa, para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Era originario de Santa María Nenetzintla, en el municipio de Acajete, Puebla. Ayer lo despidió su familia en un funeral muy discreto. No quisieron conversar con la prensa. Los últimos momentos de Chema recorrieron las redes sociales el fin de semana. El desenlace lo conocemos todos. Tardaron más de doce horas en hallar su cuerpo. También ayer comenzaron los operativos en los embarcaderos. Como lo anunciaron la tarde del lunes, personal de la alcaldía recorrió comercios aledaños a los canales para comprobar que tengan permisos de venta de alcohol. Además, la medida de “seguridad” entrará en vigor este viernes: sólo se permitirá el ingreso de una botella de alcohol, de un litro, por cada trajinera, así como tres cervezas de 250 mililitros por persona y será obligatorio el uso de chaleco salvavidas. ¡Por qué no se les ocurrió antes! (sic).
Las autoridades olvidan algo, lo más importante: lo ocurrido a Chema no tuvo nada que ver con la fiesta ni con el alcohol ni con intento de cambio de una trajinera a otra; ni siquiera con ése también abrumador momento en que nadie hizo algo por rescatarlo del agua. El verdadero problema tiene que ver con todo aquello que ha pasado de noche para las autoridades desde hace años: lo fuera de control que está la operación de las trajineras. Sobrepoblación, cualquiera que ha ido sabe que aquello es más una alfombra de embarcaciones que ni siquiera dejan ver las aguas —turbias— del canal. El origen del problema por el que hoy hablamos de Xochimilco tiene más que ver con la absoluta ausencia de cuerpos de rescate que vigilen la zona. Tiene que ver con todo, menos con el consumo de alcohol. Porque, si no fuera por la muerte de Chema, hoy mismo, a la hora en la que usted lee este texto, incluso por la noche, estarían llegando grupos de personas con la seguridad de que podrán circular sin problema alguno. No hay un manual de operaciones, no hay una bitácora de actividades, no hay un registro de trajineras. No existe protocolo alguno para las embarcaciones, por eso, hasta la muerte de un joven, salió la autoridad a revisar si las embarcaciones cuentan con permiso de circulación, si los comercios tenían permitido vender alcohol. ¿De plano no tenían idea de lo que sucedía en Xochimilco? ¿De la sobrepoblación de embarcaciones? ¿De los precios? ¿De la operación a deshoras? ¿Nada?
Lo sucedido el fin de semana pudo haberse evitado si las preguntas anteriores fueran respondidas fácil y sin lugar a dudas. Pero no es así porque la de Chema no es la primera muerte que ocurre en la zona: en marzo pasado, un hombre de 36 años se ahogó al caer de una trajinera; hace casi un año, en octubre, elementos de la Secretaría de Seguridad capitalina hallaron el cuerpo de un joven de 25 años, aunque esto sucedió en un operativo en el que buscaban a un menor de edad que desapareció en su intento de nadar en uno de los canales; meses atrás, el cuerpo de otro joven, también de 20 años, apareció flotando en Xaltocan.
No es el alcohol, es la falta de estrategia y protocolos en una zona con alta demanda turística. Es, como siempre, la filosofía de tapar el pozo. Cambiar, para que nada cambie.Información Excelsior.com.mx