POr Ángel Verdugo
La espera es, siempre, una monserga (por decirlo de manera suave). Las razones para esperar, por importantes que sean, no reducen la lata que es, esperar.
Hoy, a querer y no, el país está en una espera cuyas características son, dados los actores principales que en ella participan, especiales; no tanto porque la espera tiene que ver con la política, el resultado electoral reciente y la duración del periodo mismo de espera —clara y perfectamente definido en la legislación vigente—, sino por la visión que los actores principales tienen, cada uno, del papel que en estos cuatro meses que nos separan de aquí al 1 de diciembre, debe jugar cada uno de ellos.
Peña y López son los actores centrales de esta obra la cual, a veces parece la representación de un sainete (Pieza teatral breve, de tema jocoso y normalmente de carácter popular; de un solo acto, e intercalada en los entreactos de una obra dramática) y en otras, una ópera bufa de mala calidad.
Peña, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, termina su encargo este 30 de noviembre. El otro, López, es candidato triunfador en la elección presidencial este 1 de julio; aun cuando a muchos moleste, eso es, más nada. A más tardar este 6 de septiembre será presidente electo y, casi tres meses después, a partir de la noche del 30 de noviembre será presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos y Peña, sería entonces expresidente.
Estas serían las formalidades que la legislación vigente definen; sin embargo, hay realidades políticas que no están inscritas en el texto legal, menos aún definidas porque, como reza la conocida expresión popular, cada cabeza es un mundo.
Hoy, no pocos señalan que Peña ha cedido terreno ante López; que decidió, simplemente, dejar hacer, dejar pasar. Si bien durante los primeros días después de este 1 de julio eso pensaba, poco después debí corregir. Hoy mantengo la posición de que lo que ha hecho Peña, lejos de ser una abdicación de sus responsabilidades, es una jugada política inteligente. Me explico enseguida.
¿Se ha puesto usted a pensar en el desgaste sufrido por López en su imagen, y la pérdida de capital político que acumuló este 1 de julio? ¿Ha intentado evaluar el desgaste de sus eventuales altos funcionarios? Unos, por exhibir su incapacidad y novatez y otros, dada su avanzada edad que los tiene a las puertas de la demencia senil.
Y todavía faltan cuatro largos meses. ¿Sería usted capaz de imaginar las tonterías, ocurrencias y desatinos de López y sus eventuales funcionarios, en esos 120 días? No hay ocurrencia o desatino que el mismo López o alguno de los eventuales secretarios o directores de esto o aquello lancen urbi et orbi, que no se convierta en la tontería del día. ¿Acaso el afán enfermizo de estar siempre en los medios es buena política?
¿Alcanzarán las tonterías y ocurrencias a López y los suyos, de aquí al 30 de noviembre? ¿Aguantarán los que ciega y acríticamente votaron por López, tanta tontería sin preguntarse por qué votaron por el que parece, como dicen en mi tierra, estar deschavetado?
A medida que las ocurrencias lucen más disparatadas, los agentes económicos privados se preguntarán por el estado de salud mental de López y, al responder, las preocupaciones se agudizarán.
Ante ese panorama donde, tanto López como sus eventuales secretarios y directores de esto y aquello exhibirían sus severas limitaciones intelectuales y su rara cordura, ¿no piensa que la jugada de Peña fue excelente? Información Excelsior.com.mx