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Y el crimen penetró al futbol

Por Jorge Fernández Menéndez

Lo ocurrido en el estadio Corregidora, en Querétaro, en el juego entre los Gallos y el Atlas no es un dato más de nuestra violencia cotidiana, es un síntoma grave de la profunda penetración que han logrado los grupos del crimen organizado en casi todos los ámbitos del país.

Los que ingenuamente llaman en el futbol local los “grupos de animación” son en realidad, como en Argentina o Brasil, barras bravas (así las llamaremos) formadas no sólo por fanáticos entusiastas, sino constituidas por grupos controlados por organizaciones criminales.

Desde allí se manejan voluntades, se cooptan integrantes para los grupos criminales, se controla el narcomenudeo, se roba y se extorsiona, y también se ejerce la violencia. Hace ya muchos años, si no me equivoco después del Mundial del 86, con el fin de darle más emotividad a los juegos, distintos equipos contrataron a integrantes de las barras bravas argentinas para entrenar a sus grupos de animación. Aprendieron rápido, poco a poco esos grupos han ganado espacio y poder en las propias instituciones deportivas, y en casi todos los casos han terminado ligados con algún grupo criminal, cuando no son esos mismos grupos los que controlan y hasta son propietarios de esos equipos.

Ya le había pasado al Querétaro a principios de siglo cuando fue desafiliado porque su propietario Tirso Martínez estaba ligado al narcotráfico, como sucedió con otros equipos, como en su momento el Irapuato, también propiedad de Tirso, o los de Ciudad Juárez. Hace unos días, en un hecho evidentemente relacionado con esa participación de los grupos criminales con las barras bravas, “aficionados” del Monterrey en el Mundial de Clubes, en Abu Dabi, colocaron literalmente narcomantas frente al hotel donde estaba concentrado en esa ciudad de Oriente Medio el equipo, que había perdido el primer juego de ese torneo contra la escuadra egipcia, junto con una hielera con manchas de sangre y fotos del entrenador Javier Aguirre y directivos del equipo, en un símil de las hieleras con cabezas u otras partes del cuerpo que utilizan los narcos. Lo mismo hicieron simultáneamente en la propia ciudad de Monterrey frente a las oficinas de FEMSA, la empresa que es dueña del equipo. La coerción y el chantaje que vive la sociedad elevado al plano deportivo.

La barra brava del Atlas ya tuvo acusaciones de relación con grupos criminales, sobre todo con el CJNG, en el pasado. Actualmente uno de los jefes de esa barra brava es un sujeto apodado El Herón; mientras que El Betito, una de las cabezas de la barra de los Gallos del Querétaro que ejecutaron la agresión en el Corregidora, es parte de grupos de huachicoleros relacionados con el cártel de Santa Rosa de Lima.

No es ninguna noticia que el enfrentamiento entre esos dos grupos criminales ha dejado miles de muertos en Guanajuato y otras zonas del Bajío durante los últimos años. Lo que vimos el sábado en ese estadio, con extrema brutalidad, son acciones propias de esos mismos grupos criminales (no sólo golpear, sino denigrar, desnudar, abusar de sus víctimas) que no son demasiado diferentes de lo que ocurre día con día en las calles de muchas ciudades del país cuando se enfrentan dos grupos criminales.

Tampoco es distinta la prescindencia de las autoridades. En el caso del estadio no sólo la policía y la seguridad no intervinieron, sino que también fueron cómplices, fueron parte del mecanismo de agresión porque incluso abrieron puertas para que los grupos del Atlas fueran agredidos por los del Querétaro.

El futbol en nuestros países suele ser una extensión de nuestras sociedades. Lo que vimos en el Corregidora es una extensión de lo que ocurre en nuestras calles día con día. Es un milagro que luego de las acciones de absoluto salvajismo que vimos el sábado, no se haya perdido ninguna vida, pero lo cierto es que en el país, por ese tipo de acciones, 80 personas mueren al día.

Es también una confirmación más de que la estrategia de seguridad no tiene sentido, no funciona y lo único que está logrando es el empoderamiento de los grupos criminales, que cada día tienen mayor penetración en más ámbitos sociales, políticos, ahora también, deportivos. La estrategia de abrazos y no balazos podrá servir como consigna, pero no sólo no disminuye ni el delito ni la violencia, sino que los alienta y potencia. El Estado, y eso sirve tanto para los fusilados en San José de Gracia, la semana pasada, como para los enfrentamientos en el Corregidora, sólo reacciona ante la violencia, pero no actúa para prevenirla, y esa prescindencia, esa lógica de simplemente contener a la criminalidad y la violencia es lo que está generando una multiplicación casi geométrica de la misma.

El crimen se empodera cada día más y controla un mayor número de actividades sociales y económicas, desde el aguacate hasta la minería, pasando por el control local de los programas sociales y de la seguridad, sobre todo en el ámbito local. Ahora han comenzado a quedarse con el más popular de nuestros deportes. Una actividad más que le arrebatan a la sociedad mientras los gobiernos miran hacia otro lado.

La grabación

Pero cómo podemos esperar otra cosa cuando, al mismo tiempo que se registra esa violencia brutal con total impunidad en un estadio, asistimos a una vergonzosa conversación en la que los dos principales funcionarios de la FGR hablan de cómo obtuvieron un adelanto de una sentencia que no pueden tener en su poder, cómo utilizan el aparato de justicia para un caso en el que están directa y personalmente involucrados, cómo hablan de la Suprema Corte y sus ministros como si fueran unos peleles que pueden utilizar a placer. Como la justicia, en otras palabras, se denigra a sí misma. Información Excelsior.com.mx

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