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¿Y los abrazos?

Por Yuriria Sierra

Será en febrero cuando el Senado discuta en lo particular el proyecto de Guardia Nacional que se aprobó en lo general en la Cámara de Diputados. Por lo pronto nos quedamos con los muchos argumentos a favor y en contra de la creación de la Guardia Nacional. Quienes la defienden aseguran que solamente están dando un marco regulatorio a las actividades que ya han venido realizando las Fuerzas Armadas desde hace más de una década. Quienes la rechazan realizan cuestionamientos, profundos, tras lo aprobado hace un par de días en San Lázaro. Una mayoría calificada alcanzada gracias a los votos del PRI, quienes en teoría —nos han dicho— son sus enemigos naturales. Una mayoría calificada que con tecnicismos avaló una estrategia que intentaba, que se anunciaba, como un camino distinto al implementado desde hace 12 años. Tiempo en el que han sido tantos, tantísimos los “daños colaterales”, como llamaron alguna vez a los civiles que perdieron la vida en el combate al crimen organizado. Tiempo en el que, dentro y fuera del país, organizaciones y defensores de derechos humanos se han pronunciado contra la labor de la milicia mexicana. Casos claros de violaciones constitucionales que se convirtieron en estadística. Nombres y apellidos de quienes murieron a causa de operativos mal ejecutados que siguen buscando justicia. Pero también, del lado impulsor, muchas voces (sobre todo al interior de las Fuerzas Armadas y de seguridad) que arriesgan la vida día tras día con el agravante de no poder defender la propia por la carencia de un marco regulatorio.

“Ustedes son pueblo con uniforme”, “abrazos, no balazos”, “haremos que el ejército regrese a los cuarteles” y otras promesas de índole electoral que hoy están en entredicho. Aquel trabajo de seguridad realizado por la milicia fue bandera de López Obrador durante su campaña. Pero la promesa de retirar al ejército de las calles duró mientras éste tomó el poder. De inmediato cambió el discurso y depositó su confianza en las fuerzas castrenses. ¿Cuál será el cambio, entonces, en la lucha contra el crimen organizado que dé como resultado la paz prometida? ¿Será que el nivel de violencia es tal que imposibilita al Ejecutivo a virar la estrategia? ¿Las presiones externas, Estados Unidos, acaso? ¿La industria armamentista? ¿Las agencias de seguridad del país vecino? ¿Qué con el fuero que buscan otorgar a los militares? ¿Qué con las facultades en materia de seguridad pública que quieren dar a la Sedena? ¿Qué con el mando militar en lo operativo y civil en lo “administrativo”? ¿De nada sirvió el antecedente de la Ley de Seguridad Interior? ¿Nada le representó al presidente López Obrador y a 362 legisladores la resolución que la Suprema Corte hizo respecto a aquella iniciativa de Enrique Peña Nieto? ¿De qué sirvieron los foros por la paz que sí lograron realizar? ¿De qué las reuniones que tuvieron con organizaciones de la sociedad civil hace unos días? ¿Qué con la profesionalización de la policía? ¿Cuándo? ¿Cómo?

La convocatoria lanzada a jóvenes para integrarse a la Guardia Nacional fue otro foco. ¿Por qué convocar a lo que, en teoría, tenía un futuro incierto? La consulta ciudadana realizada hace unas semanas, el mejor antecedente de que aquella, la pacificación prometida, no llegará en los términos que marcan las sentencias, las observaciones, las recomendaciones de organismos y especialistas en materia de derechos humanos y seguridad. Menos aún (no por ahora, al menos) a través de la legalización de las drogas —al menos de la mariguana— como sí ha ocurrido en gran parte del mundo y del continente.

Recordaba,ayer, mi querida Ivonne Melgar: “Foros donde defensores de derechos humanos alertaron de los riesgos de darle poder político a la Guardia Nacional, fueron posibles por el tesón de un grupo de diputadas cuyos nombres y pronunciamientos deben subrayarse en la memoria de este capítulo legislativo del sexenio: Martha Tagle, de Movimiento Ciudadano; Verónica Juárez, del PRD; Adriana Dávila, del PAN, y las morenistas Tatiana Clouthier, Lorena Villavicencio y Abelina López. Junto con otros diputados y senadores, ellas consiguieron que la aprobación de la Guardia Nacional no fuera el resultado de una vulgar aplanadora…”. Y es que el disenso interno es lo más saludable que le puede pasar a un gobierno con mayorías aplastantes en ambas cámaras legislativas. El debate debe prevalecer como condición sine qua non del ejercicio democrático.

Menos de 60 días de mandato el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha demostrado que miedo a la polémica no le tiene. ¿Qué le dirá a las familias de las miles víctimas que esperaban un futuro a corto plazo con una estrategia planeada, que no fuera prometida, en primera instancia, con una promesa que sabían que no podrían cumplir? Porque anunciaron abrazos, no balazos. Pero tal vez el México de nuestro tiempo no se puede resolver a punta de abrazos y cariño. Información Excelsior.com.mx

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