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Y los veneros de petróleo el diablo

Por Ángel Verdugo

¿Quién se salvó de declamar en la Primaria o tener que leer en la Secundaria en la clase de Literatura, La Suave Patria? ¿Quién podría no sentir “algo” al escuchar o leer las seis primeras líneas del Primer Acto de aquel famoso poema: Patria: tu superficie es el maíz,/ tus minas el palacio del Rey de Oros,/ y tu cielo, las garzas en desliz/ y el relámpago verde de los loros./ El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo?

(En relación con ese poema, le recomiendo la lectura de una pequeña, pero increíblemente sustanciosa nota de quien es, sin duda alguna, el gran estudioso de la obra de López Velarde, Don Guillermo Sheridan: El Petróleo y el Diablo, que apareció en Letras Libres hace más de seis años: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/el-petroleo-y-el-diablo ).

Hoy, más que en cualquier otra época de nuestra historia, parecen proféticas las palabras del gran poeta zacatecano. Más lo parecen, no por su simbolismo, sino por la incapacidad evidente y dañina en extremo, tanto de quien se encarga del área de la energía en el gabinete como de su jefe, quien nos gobierna.

La forma como hemos administrado el petróleo desde hace una buena cantidad de años muestra, sin la menor duda, que el petróleo ha sido nuestra gran maldición; una decisión diabólica para causarnos el mayor de los daños. A partir del año 1938, quien revisare con objetividad la historia económica de México encontraría, a veces oculto entre cifras y desatinos de los políticos (hubieran sido estos, gobernantes, funcionarios o legisladores) o a plena luz del día, sin recato alguno, el recurso diabólico: el petróleo.

Éste, nos convirtió en los más comodinos de los contribuyentes que país alguno hubiera engendrado; también, ese diabólico insumo alimentó los sueños más profundamente corruptos de millones de mexicanos, dispuestos a dar todo, incluso la honra, por una plaza en Pemex.

El petróleo también, en ese afán de concretar la maldición que sin duda Luzbel, el Maligno, Lucifer o Satanás hubiese concebido como castigo para nosotros, construyó a ciencia y paciencia y con un celo digno de mejor causa, el pozo inagotable de corrupción, cuya productividad no se mide en barriles, sino en líderes sindicales, cuya ofensiva riqueza e impunidad no deja de sorprender a corruptos de otras latitudes.

Sin embargo, aquellos no lograron sus riquezas sin ayuda; contaron con la descarada complicidad de decenas de miles de parásitos que durante años recibieron —y aún hoy reciben—, en el más completo cinismo y desvergüenza de decenas de miles de trabajadores y empleados, beneficios inmerecidos los cuales, desde hace decenios están por encima de la capacidad de esa res de ubre inagotable que decían era, y es, Pemex.

También, ¿cómo dejarlos fuera?, fue decisiva la complicidad y consecuente enriquecimiento de miles de altos y medianos funcionarios que conjugaron y aún hoy conjugan el verbo robar en copretérito: Robaban y dejaban robar. Aclaro por si fuere necesario: Esos altos y medianos funcionarios no pertenecen exclusivamente a Pemex, sino a prácticamente toda la estructura del sector público mexicano.

Así como no debemos dejar fuera a los mencionados en el párrafo anterior, ¿qué decir de los proveedores? ¿Acaso ante la lonja mercantil en materia de corrupción que era y es Pemex, iban a negarse a participar para no ser excluidos? Como diría aquél, “ni que no fueran tan tontejos”.

Hoy, Pemex es no otra cosa que el lastre que impide —o cuando menos dificulta y encarece—, la modernización del país; su quiebra actual, imposible de ocultar o siquiera maquillar, dicta la salida: La liquidación y cierre de ese pozo inagotable de corrupción e ineficiencia. Es, ante esta dolorosa y cruda realidad, que cobra vigencia (más que en otras épocas de despilfarro e ineficiencia) lo escrito por López Velarde en el año 1921: Y los veneros de petróleo el diablo.

Lo nuevo, para agravar lo ya grave, es lo que ha venido a exhibir algunos de los pocos elementos y rasgos que permanecían en “lo oscurito”: La incapacidad que alcanza hoy, niveles incuantificables. La llegada de Romero y Nahle —junto con la del jefe de ambos— y las ideas de los tres, ratifica que la maldición diabólica de Satanás no será derrotada con algún exorcismo —y metros cúbicos de agua bendita—, sino con algo más terrenal pero muy eficaz: la liquidación inmediata de Pemex. Información Excelsior.com.mx

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