Por Francisco Garfias
Esta medianoche se acaban las campañas, pero apenas empieza lo bueno. Usted que me lee y que no ha decidido aún si votará por AMLO, Anaya, Meade o El Bronco, tendrá 72 horas para reflexionar hacia dónde quiere que vaya el país.
Todos sabemos que López Obrador ha sido puntero estable en las encuestas, desde que inició la precampaña.
La percepción creada por las encuestas es que ya ganó, aun cuando los votantes no han ido a las urnas.
La bronca es que, si pierde, nadie lo va a creer.
Tendremos en ese mismo instante acusaciones de “fraude” y muy probablemente una protesta social.
Ya nos advirtieron que es Andrés Manuel el ganador o se nos va a aparecer “el Diablo” o nos “sueltan al Tigre”.
Modificar mañosamente el resultado de la elección no parece cosa fácil en estos tiempos. Habrá 1.4 millones de ciudadanos que vigilarán la elección en las más de 156 mil casillas que se instalarán por todo el país.
Ni siquiera el senador Manuel Bartlett, a quien le cuelgan el milagro de la caída del sistema en el 88, cree en esa posibilidad.
“Peña Nieto no se atrevería a una cosa así. Quedaría muy mal parado. En cambio, si reconoce el triunfo opositor, se irá como un demócrata”, nos dijo, hace días, el político poblano.
Pero antes de que se nos aparezca Lucifer, si esto llegase a suceder, usted podrá pensar en calma el sentido de su voto.
Hay 87 millones 895 mil 313 ciudadanos convocados a las urnas este domingo.
Tres días enteritos de reflexión. No escucharán el fastidioso ruido de los spots en radio y televisión (nos chutamos 48 millones 522 mil 240 promocionales). Tampoco oirán de los paraísos que nos prometen los candidatos, sin decir los cómos:
Un México sin corrupción, sin violencia, sin crimen, sin pobres, sin gasolinazos, sin desempleados, educado, con moneda fuerte y muchas, muchas oportunidades. Sin deuda y con impuestos bajos.
La bronca es que ninguno de los candidatos trae la receta mágica para alcanzar esas metas.
Y no lo digo por Andrés, como muchos ya se imaginaron. Todos lo hicieron. Ricardo, José Antonio y Jaime. En la guerra y en las campañas todo se vale. Prometer no empobrece.
Los tiempos de la elección son complicados. Hay hartazgo entre los ciudadanos y deseos de cambio. La losa ha sido pesada para José Antonio Meade, representante de la continuidad. La marca no le ayuda.
Las casas encuestadoras, como ya expusimos, lograron arraigar la percepción de que AMLO es invencible. Lamentablemente, las autoridades electorales no tienen credibilidad para contrarrestar esa percepción. Podría venirse una protesta social.
En México no existe la cultura de la derrota. Ya verá usted cómo la noche del 1 al 2 de julio tendremos muchos ganadores en los comicios simultáneos —nueve gubernaturas estarán en juego— que se llevarán a cabo en 30 estados. Podría apostar.
A estas alturas no me queda duda de que Enrique Peña prefiere entregar la batuta al morenista, Andrés Manuel López Obrador, que al frentista, Ricardo Anaya, en caso de que José Antonio Meade no logre remontar los resultados.
La ojeriza entre el priista mexiquense y el panista queretano es mutua. Algo grave pasó entre ellos. Transitaron de la camaradería del Pacto por México a una batalla sin cuartel. En sus respectivos entornos lo guardan como secreto de Estado. Nadie sabe —o fingen no saber— exactamente qué ocurrió.
Pero todo cambió. Allí están como testimonio de los tiempos de camaradería las imágenes de Peña con el “joven maravilla”, cuando éste aplaudía como foca algunas de las reformas estructurales del Presidente de la República.
Ya ungido como candidato presidencial, vía acuerdos cupulares, Ricardo ha hecho de la promesa de investigar a Enrique Peña “y meterlo a la cárcel si resulta culpable de actos de corrupción”, el eje de su campaña.
La idea la empujaron conjuntamente Jorge Castañeda y Agustín Basave, aun en contra de la opinión del PAN. “Pegarle a Peña es rentable”, nos dijo uno de ellos.
¿La estrategia es efectiva? ¿Rendirá frutos pegarle al Tlatoani? Lo veremos el domingo. Si recordamos el “¡cállate, chachalaca!” que le gritó AMLO a Vicente Fox, más bien parece un error.
De lo que estoy cierto es de que el enconado pleito que se libraron Meade y Anaya benefició ampliamente a López Obrador.
La sesión de la Comisión Permanente pintaba para ser la más caliente del año. En la agenda de debates estaba incluido el caso Anaya y las acusaciones de presunto lavado de dinero.
Los priistas querían debatir en el pleno un documento, entregado hace días a la Mesa Directiva del Senado, a través del abogado de Luis Alberto López, chofer del empresario queretano Manuel Barreiro.
López fungió como testaferro en la famosa operación de compra-venta de la nave industrial en Querétaro. Lo hizo, según declaró, a petición de su jefe, sin saber en la que se metía.
Pero el Grupo Parlamentario del PAN se opuso con todo a que se agendara el punto.
Condicionó, incluso, su participación en la sesión de la Comisión Permanente, al hecho de que se retirara el asunto del orden del día, según fuentes de esa bancada.
Vino el jaloneo. La negociación. Un debate de esa naturaleza no le convenía a nadie. En la trinchera del Frente ya preparaban una contraofensiva con temas como Odebrecht, La Estafa Maestra, La Casa Blanca, el socavón…
Emilio Gamboa, coordinador de los senadores del PRI, se encerró un buen rato con Fernando Herrera, su homólogo en la bancada del PAN. Ambos valoraron sus respectivas posturas.
El del PRI, prudente, lo retiró de la agenda de discusiones. La sesión se volvió muy aburrida.
La PGR, por cierto, entregó la mañana de ayer el informe sobre las investigaciones del caso Anaya que hace dos sesiones le solicitó la Comisión Permanente. Le dio un plazo no mayor a diez días, que ya se cumplió. Información Excelsior.com.mx