Por Jorge Fernández Menéndez
El punto central del debate sobre la reforma para la revocación del mandato lo dejó en claro el presidente López Obrador la semana pasada, cuando dijo que al igual que en el 2005 ahora los “conservadores” no quieren que esté en la boleta electoral en el 2021. Ese es el tema: estar o no en la boleta en la elección intermedia. Y esa tendría que ser la razón para que las oposiciones unidas rechazaran la iniciativa presidencial.
Si se aprueba que al mismo tiempo que se realiza la elección intermedia el Presidente pueda realizar su consulta revocatoria, no sólo estará en la boleta, sino que más importante que ello, estará en campaña. Salvo en la elección de 1991 cuando durante el gobierno de Carlos Salinas, el PRI ganó todo (sólo perdió nueve distritos electorales), en ninguna elección intermedia al partido en el poder le ha ido mejor que en la presidencial donde se hizo de éste.
En 1997, Ernesto Zedillo perdió por primera vez la mayoría absoluta en el congreso y el PRD, con Cuauhtémoc Cárdenas, ganó la Ciudad de México.
En 2003, Vicente Fox perdió la elección intermedia y, desde entonces, también el control de su proceso sucesorio.
En 2009, Felipe Calderón también perdió la elección intermedia y Germán Martínez, el ahora director del IMSS con López Obrador, tuvo que dejar la presidencia del PAN. Calderón nunca pudo recuperar el control de su partido.
En 2015, Peña Nieto recibió una sonora derrota en los comicios intermedios, a manos del PAN, lo que le costó también la presidencia del partido a Manlio Fabio Beltrones.
Me imagino que el presidente López Obrador, que conoce esa experiencia y que sabe que Morena, sin su aporte personal, es todavía una organización no del todo consolidada, heterogénea y poco disciplinada, no quiere repetirla. Y sabe que estando en la boleta es muy sencillo hacer una campaña que identifique la permanencia del Presidente con el voto por Morena. Por lo contrario, si se aplican las actuales leyes electorales y el INE cumple con su responsabilidad, el campo de acción electoral del Presidente se verá acotado e, incluso, los enormes apoyos sociales se tendrían que frenar durante la campaña electoral.
Si las normas electorales se cumplen estrictamente tampoco podrían seguir sus conferencias de prensa mañaneras durante la campaña. Por el contrario, en caso de hacer coincidir la consulta revocatoria con los comicios, sin duda podrá hacer y hará campaña.
No creo ni remotamente en un derrumbe electoral de Morena en las elecciones intermedias, ni tampoco en el renacimiento de una oposición que apenas está buscando su lugar bajo el cielo de la 4T, pero el escenario electoral será completamente diferente si López Obrador está o no en la boleta.
Por supuesto que el escenario tampoco es el de 2005 y el desafuero. En aquella oportunidad habrá que recordar que López Obrador, entonces jefe de gobierno capitalino, se negó reiteradamente, durante dos años, a cumplir con una decisión menor de la Suprema Corte de Justicia.
El desafuero partió de esa realidad para tratar de evitar que estuviera en la boleta. En aquella batalla política, López Obrador venció y estuvo en la boleta en unas elecciones que perdió muy ajustadamente con Felipe Calderón. Volvió a estar en la boleta en el 2012 y el 2018, sin que nada ni nadie se lo impidiera, y el año pasado ganó en unos comicios que él mismo reconoció como limpios y transparentes. Ya tuvo su oportunidad de estar en la boleta y ganó. Ahora es Presidente de la República, no puede volver a estar en la boleta electoral. Su responsabilidad no es ser candidato, sino gobernar para todos y la de su partido es hacer las cosas lo mejor posible para garantizarle apoyo.
Permitir que el Presidente, como él mismo dijo, vuelva a estar en la boleta electoral en 2021, es abrir una puerta a la posibilidad de reelección. Una puerta que cada vez que se ha intentado abrir ha terminado en una tragedia. Desde el asesinato de Álvaro Obregón, en 1928, hasta el día de hoy, los presidentes y el sistema político tuvieron la enorme inteligencia de mantenerla cerrada. Que siga así.
El primer abucheo
A casi cuatro meses de iniciado su gobierno, al presidente López Obrador le tocó su primer abucheo. Fue en la inauguración del estadio de beisbol de los Diablos Rojos. No fue bien recibido por lo que él calificó como “la porra fifí”, pero es una demostración más de que el poder desgasta a todos los presidentes, sin excepción. Información Excelsior.com.mx