Por Félix Cortés Camarrillo
Esta es la extraña fecha en que se debe traicionar al oficio. Si a lo que nos dedicamos es a contar y cantar las cosas que nos pasan, poco hay que decir este año que apenas inicia y en el que no ha sucedido nada, salvo los actos de violencia universal incorporados a nuestro calendario y las ridiculeces que los lugares comunes nos obligan a cometer. De esta suerte lo único que resta es invadir el terreno de los pitonisos. Aunque en esta ocasión los pronósticos son peores que los idus de marzo para Julio, el César.
Donald Trump, un empresario tramposo y por lo tanto de gran éxito en el campo de los bienes raíces, está a la cabeza del país más importante del mundo. Un orate igual de desquiciado que el anterior manda por el camino del terror interno a un país que —si tuviéramos estadísticas confiables a la mano— podría ser considerado uno de los más hambrientos de la tierra. El asunto es que Corea del Norte, con apoyo de-ya-sabemos-quién, ha logrado desrrollar un par de cohetes de mediano alcance, y muy probablemente ojivas con explosivos nucleares. El asunto es que la República Democrática Popular de Corea, de cuya existencia nos enteramos los mexicanos por la ruptura de relaciones de México con ese país, en acto lacayuno ante los llamados del gobierno de Estados Unidos. Corea y EU están frene a frente y el nalguiporto gobierno de México rompe con Corea.
Se dirá que ese acto fue en abono de las negociaciones del TLCAN, que Trump insiste en derogar. Su última carta sacada de la manga es que si no hay ruptura del Tratado de Libre Comercio, no habrá solución al problema de nuestros dreamers, los hijos de indocumentados mexicanos que fueron allá sin que nadie se los preguntara e hicieron una vida decente, de trabajo y estudio, y hoy son unos indocumentados involuntarios.
No me satisface para nada la idea de poner todo el futuro de nuestro país en la balanza de rescatar o no al TLCAN. Hace muchos decenios que las administraciones mexicanas debieron haber asegurado salidas alternativas para el momento en que dejáramos de depender del mercado de Estados Unidos: desde siempre se nos han ofrecido los horizontes de Asia y los países árabes primero, junto con Oceanía. Los mercados africanos van a tardar en despertar, pero acabarán por hacerlo. Los gobernantes de México no han querido ver esas realidades inminentes y alternativas.
Vamos, ni siquiera han tomado nota de que en unos meses Cuba va a cambiar y va a convertirse en un mercado cercano, ávido de bienes y servicios que México puede proporcionar.
Por todos esos motivos, sumados a la importancia del precio del petróleo, en cuyos vaivenes perdemos de todas maneras. Si sube, los ingresos del gobierno se elevan, pero la gasolina al consumidor sube de precio. Si baja, el gobierno deja de recibir importantes inyecciones de capital. De todas maneras, Juan te llamas. Pero por todos esos motivos es muy difícil asumir una actitud optimista que nos permita decir: Feliz Año Nuevo. Información Excelsior.com.mx